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Allí se juega con furor, se suelen hacer enormes ganancias en pocas horas, aunque por regla general los amateurs salen con los bolsillos limpios, y con deudas de ribete, y la vanidad y la codicia se ofrecen en su desnudez; siendo muy notable sobre todo el entusiasmo con que las mujeres solicitan los favores de la suerte. ¡Desgraciado el que se pique de galante al lado de aquellas jugadoras cubiertas de encajes, cuando la suerte les es adversa!

Hay que repeler la mala suerte, devolviéndosela á quien se la envióYa ves que la cosa resulta clarísima: una amiga envidiosa y que frecuenta mi casa... Clorinda; no puede ser otra. Y mañana mismo voy á repeler la mala suerte, tal como me lo ha recomendado la marquesa. Otras jugadoras siguieron sus consejos y les va muy bien.

Con una servilleta enrollada cubría los ojos de las señoras, indicábalas el número de pasos que las separaba del dibujo, y cogiéndolas luego de un brazo les hacía dar vueltas para desorientarlas. Avanzaban titubeantes las jugadoras, y al agacharse, trazando una cruz en el suelo, que equivalía al ojo, un estrépito de carcajadas y aplausos irónicos acogía su obra.

Las jugadoras modestas sentían el capricho de un sombrero caro á la salida del Casino; los que necesitaban continuar sus combinaciones con nuevo capital no tenían mas que dar unos cuantos pasos para empeñar la alhaja; en los escaparates de las joyerías, el collar de perlas de un millón, las esmeraldas de trescientos mil francos, se exhibían durante el invierno, exacerbando el capricho femenil, y en verano emigraban á los balnearios célebres, para continuar su deslumbradora y muda tentación.

Las señoras debían avanzar con los ojos vendados, trazando a tientas el ojo que faltaba en la cabeza del animal. El «digno representante de la comisión», título que se daba a mismo Maltrana, se apresuró a encargarse de vendar los ojos de las jugadoras y dirigir sus pasos, disputando este honor a ciertos intrusos que intentaban despojarle del cargo, adivinando sus ventajas.

Y mientras el griego entregaba quince mil francos al croupier depositario de la banca, el pianista se inclinó modestamente. Algunas jugadoras supersticiosas reconocieron que la duquesa había procedido con gran cordura al confiar su suerte á este simple. Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple óvalo de cabezas. Le sonrió levemente.