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Hízolo así Sancho, y, diciendo ''a Dios'', se dejó vendar los ojos, y, ya después de vendados, se volvió a descubrir, y, mirando a todos los del jardín tiernamente y con lágrimas, dijo que le ayudasen en aquel trance con sendos paternostres y sendas avemarías, porque Dios deparase quien por ellos los dijese cuando en semejantes trances se viesen.

Algunos heridos de distinción estaban en las Ventas del Rey; pero la mayor parte, como he dicho, tenían su hospital a lo largo del camino, y allí los cirujanos no daban paz a la mano para vendar y amputar, salvando de la muerte a los que podían. Los soldados sanos sufrían los horrores del hambre, alimentándose muy mal con caldos de cebada y un pan de avena, que parecía tierra amasada.

Allí la encontrarán a ella, bajo las mil formas de la madre de los pobres, y de la mujer piadosa, derramando los más íntimos misterios de sus escrúpulos y de sus humillaciones ante Dios. ¡Cuántas veces, hasta las mismas sábanas de su cama, que tomaba de su armario y rasgaba a medida de la necesidad, servían para vendar las llagas del viejo indigente, que curaba ella con sus propias manos!

Le cubrieron el rostro, lo transportaron a la habitación de Miguel, en cuyo lecho lo pusieron y Antonieta suspendió sus preces para bañar la ensangrentada frente del Rey y vendar sus heridas, en tanto llegaba un médico. Y Sarto, convencido más que nunca de mi reciente presencia allí y habiendo oído el relato de Antonieta, envió a Tarlein en mi busca, por foso y bosque.

Nos detuvimos un instante para vendar mi dedo, que sangraba abundantemente y me dolía no poco, pues la bala había interesado algo el hueso. Después galopamos de nuevo en silencio, disipada ya la excitación de la lucha. Despuntó el día, frío y despejado, y un labrador nos proporcionó algún alimento y pienso para los caballos.

Las señoras debían avanzar con los ojos vendados, trazando a tientas el ojo que faltaba en la cabeza del animal. El «digno representante de la comisión», título que se daba a mismo Maltrana, se apresuró a encargarse de vendar los ojos de las jugadoras y dirigir sus pasos, disputando este honor a ciertos intrusos que intentaban despojarle del cargo, adivinando sus ventajas.

El doctor hizo coro con ella y la anciana condesa lamentó altamente no haber estado allí para arrojar a aquella desvergonzada a la puerta o al mar; el mar era una de las puertas del jardín. Pero don Diego, en lugar de unirse a las protestas de toda la familia, se aplicó a calmar ánimos y a vendar heridas.