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Y mirando a las damas que iban y venían, unas elegantes, lujosas, otras enlutadas o con hábito humilde, todas deseando a su modo agradar, todas procurándolo, Mesía imaginaba secretos hilos invisibles que iban de faldas a faldas, de la sotana a la basquiña, del cura a la hembra. En suma, don Álvaro tenía celos, envidia y rabia.

¡Por Santiago! ¡Vaya la linda pareja! ¡cómo le aprieta ella con sus dos brazos, y con qué gracia las mangas verdes de su jubón se destacan sobre el color sombrío de la chaqueta de su amante! ¡Qué fuego en esas pupilas que centellean bajo unas espesas cejas negras! ¡vive Dios! ¡qué miradas! ¡qué talle tan flexible!... ¡que la Virgen bendiga esa complaciente basquiña con largas franjas de raso, que deja ver una pantorrilla fina y redonda y un pie de niña!... ¡Tres veces bendita sea, porque ha dejado ver un momento la liga azul, y su media de seda y el pequeño puñal de Toscana que una verdadera andaluza no abandona jamás!

No; me parece que fue en el célebre día, cuando dijo: «Hágase la luz»; porque esto es luz, amigo mío, y quien dice la luz, dice el entendimiento. Señó miloro dijo Poenco acercándose a mi amigo para hablarle con oficioso sigilo ; María de las Nieves está ya loquita por vucencia. Se hizo todo, y ya tiene su pañolón, sus zarcillos y su basquiña.

Un vestido, una saya, una basquiña, cualquiera otra prenda, duraba años y años sobre el cuerpo de la chacha Ramoncica ó guardada en el armario. Después, estando aún en buen uso, pasaba á ser prenda de Rafaela. Los muebles eran siempre los mismos y se conservaban, como por encanto, con un lustre y una limpieza que daban consuelo.

El hombre de la basquiña se acercó a paso lento y reposado y su faz académica se dilató con una sonrisa de plácida condescendencia. El amigo Núñez dijo quitándose el sombrero, que sin duda le molestaba, y acomodándose en una mecedora siempre tan galante, tan lisonjero.

Atropelladamente, los tres bigardos salen de la cocina rosmando amenazas, y por el portón del huerto huyen a caballo. La vieja, con la basquiña echada por la cabeza a guisa de capuz, se acurruca al pie del hogar y comienza a gemir haciendo coro a la querella de los mendigos. Entra otra criada, una moza negra y casi enana, con busto de giganta.

Nadie la veía ni en paseos, ni en teatros, ni en toros, ni en verbenas y veladas. Iba solo a las iglesias, humildemente vestida con basquiña y negro manto de beata. Sólo un hombre además de su confesor, hablaba ya en ocasiones con ella. Este hombre era D. Jacinto.

Observó que sus desnudos brazos eran de redondeadas formas, aunque requemados por el sol y que llevaba modesta basquiña parda y un pañolón cruzado y prendido sobre el pecho con enorme alfiler de cobre. ¡Maese Rampas el batanero! repetía ella yendo de aquí para allá en busca de las ropas.

Por fin, vestida de amarillento brocado que los toques de plata y las rojizas labores asemejaban a una tela de casulla, el cabello rizado con primor por debajo de la toca de plumas y terciopelo, levantada por el corcho de los chapines, enjoyada como una Milagrosa, aliñada, abullonada, crujiente, comenzó a pasearse por la habitación, mirando, por encima de su hombro, las cenefas de la nacarada basquiña y la pompa del faldellín.

Cuando doña Luz iba por la calle, con Juana, su anciana criada, o cuando iba a la iglesia, grave, silenciosa, vestida toda de negro, con basquiña y mantilla, decían algunos mozos estudiantes, que había en el lugar, y que entendían más hondamente que los demás de estética y de otras doctrinas de amor y poesía, que doña Luz parecía una garza real, una emperatriz, una heroína de leyendas y de cuentos fantásticos; algo de peregrino y de fuera de lo que se usa; el hada Parabanú; la más egregia de las huríes.