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Nadie la veía ni en paseos, ni en teatros, ni en toros, ni en verbenas y veladas. Iba solo a las iglesias, humildemente vestida con basquiña y negro manto de beata. Sólo un hombre además de su confesor, hablaba ya en ocasiones con ella. Este hombre era D. Jacinto.

Le aclamaba en los toros, en las verbenas, en las tardes del Prado. Le halló en sus alegrías y en sus duelos, íntimamente ligado a su vida, en el ritmo jovial, generoso, magnífico de la vida española, de aquel momento. Ya sonaba lejano aquel romance de su adolescencia, en las horas tediosas, preñadas de augurios, que transcurrían en el palacio de El Pardo.

En las grandes canastillas, que se destacaban sobre el fondo de césped, las pálidas eglantinas, a la menor brisa otoñal, soltaban sus frágiles pétalos, las verbenas se arrastraban lánguidas, como cansadas de vivir, descomponiendo con sus caprichosos tallos la forma oval del macizo; los ageratos se erguían, todos llovidos de estrellas azules y los peregrinos colios lucían sus exóticos matices, sus coloraciones metálicas y sus hojas atigradas, semejantes a escamas de reptil, ya blancas con manchas negras, ya verdes con vetas carne, ya amaranto obscuro cebradas de rosa cobrizo.

Era alta y airosa; su pecho juvenil y fuerte temblaba a cada movimiento; el traje era humilde, pero el peinado primoroso, y entre los undosos rizos del moño tenía prendidos al desgaire cuatro o seis clavelillos de los que adornan los puestos de las verbenas.

Es el paraje en que se efectúan todas las fiestas y regocijos públicos de la villa, las iluminaciones y verbenas, fuegos de artificio, ascensión de globos, música, danza y giraldilla: sirve además de punto de reunión para el gremio de mareantes cuando necesitan congregarse y tomar algún acuerdo, y de real para la feria y de campo de maniobras para los chiquillos de la escuela.

Es tu ritmo la ronda bulliciosa de crótalos y locas panderetas, de guitarras que dicen el elogio de unos ojos reidores que asaetan; es la risa que en notas se desata cual cristalino desgranar de perlas, el madrigal sonoro que deslíe sus estrofas de amor en las verbenas, y el chocar de las copas musicales donde hierve la sangre de las cepas.

Y verbenas y anémonas y lírios, llenos de excelsitud y de poesía, rociados con mi llanto fueron contigo, ¡Emula!, al Camposanto... Me prestas la sonrisa encantadora que el pecho desgarrado necesita para aplacar los ayes que vomita del terrible dolor que le devora.