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Actualizado: 11 de julio de 2025


Por entre los prados brillaban a trechos las aguas del río y el gallo del puntiagudo campanario relucía, herido por los rayos del sol poniente... Y pronto penetró el carruaje en el pueblo, que se había modificado muy poco. A uno y otro lado del viejo puente, los juncos del estanque temblaban como en otro tiempo al impulso de la brisa vespertina.

Era terreno desconocido, por donde, si lograban atravesarle, llegarían sin duda a no menos desconocida e inexplorada comarca. La vereda daba innumerables rodeos. A veces iba en muy pendiente cuesta abajo, pero más a menudo se elevaba en cuesta no menos pendiente. Los cerros, a un lado y a otro, parecían ir creciendo. En sus enhiestos picos relucía el hielo perpetuo.

»Esta vez fui recibida en la sala, pieza triste y pobre, sin otro lujo que el aseo, el cual relucía hasta en los damascos descoloridos de los muebles. Apareció el matrimonio a los pocos momentos de estar yo aguardando. La mujer era el mismo espectro de la otra vez, pero sin la calceta, aunque no por eso me pareció menos terrible.

A Lucifer soberbio, jactancioso, Que á la mañana fresca relucía, Al infierno en tinieblas temeroso, Condenado en perpetuo Dios le envía. Aquel rico avariento codicioso, Allá desea gustar del agua fria: El poderoso Rey fué convertido En bestia, y heno y yerbas ha pacido. A la bendita Virgen soberana, Espejo de humildad y de pureza La vemos por la como mañana, Y aurora, coronada de belleza.

A trechos aparecían, conducidas en andas, hasta seis imágenes de santos, todas policromas, de barro o de madera. La quinta imagen era la de Santo Domingo. Su cara, severa y hermosa. Sobre su inspirada frente relucía una estrella de plata sobredorada. Con su mano derecha echaba el santo bendiciones.

Estaban ambos en pie, cerca uno de otro, los dos arrogantes, esbeltos; la ceñida levita de Mesía, correcta, severa, ostentaba su gravedad con no menos dignas y elegantes líneas que el manteo ampuloso, hierático del clérigo, que relucía al sol, cayendo hasta la tierra.

Su nariz relucía a la luz del sol como una guindilla. La misa era larga y pesada. Andrés no lo advirtió. Mientras el sacerdote oficiaba y la muchedumbre atendía prosternada, sus ojos apenas se apartaban de los de Rosa, que muy a menudo los volvía también hacia él, húmedos y extáticos. El sitio que ocupaban era muy agradable. Descubríase desde allí todo el hermoso valle de Marín.

Cuando salió, el cochero dormía en el pescante. Había encendido los faroles del coche y esperaba, seguro de cobrar caro aquel sueño. Don Fermín entró en casa de don Pompeyo a las nueve menos cuarto. La sala estaba llena de curas y seglares devotos. Todas las hijas de Guimarán salieron al encuentro del Provisor, cuyo rostro relucía con una palidez que parecía sobrenatural.

Penumbras indecisas iban cayendo sobre la procesión, y ésta avanzaba al compás de una música continua, gemebunda; cuando al cabo de un recodo la pendiente, brusca, se empinaba, los hombres que llevaban las andas se detenían, para sostener con un brazo la Virgen oscilante, y entonces sobre la cabellera renegrida el disco de oro relucía.

Ella recordaba entonces, por amorosa comparación, el amanecer de invierno en el internado religioso. Se levantaban todas las colegialas para la misa del alba, y en el templo, a oscuras todavía, tres o cuatro cirios echaban un amarillento resplandor, que relucía en el reborde de algún candelabro o temblaba sobre la cara llorosa de la Virgen.

Palabra del Dia

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