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Después de comer solía pasar éste un par de horas en el casino jugando al dominó. Sin embargo, cruzó rápidamente por delante de la botica para cerciorarse. Don Manuel, ¿no está? preguntó al dependiente, un chico de quince a diez y seis años. No, señora; hasta las cuatro no suele venir. Elena hizo un gesto de contrariedad y manifestó que no podía aguardar tanto tiempo.

Antes, al pensar en beldades deseadas y no poseídas, siempre le dominó el encanto de la forma: ahora sus sentidos parecían aletargados, y en cambio el ansia de perfecciones morales surgía potente y avasalladora.

Alejandro entró en el baile, del brazo de su compañera, cuyo espléndido dominó levantó el cotarro de todas las princesas negras que vieron pasar a su lado aquella vasca plebeya, pero blanca. ¡Alejandro, rendido a una «extranjera de Europa!» ¡Qué decepción! ¡El, el más aristocrático swell de la clase, la flor y nata de las academias de baile, entregado a una gringa!

Ante los cafés, las mesas al aire libre tenían mucho parroquiano, porque la templada atmósfera lo consentía; y bajo la claridad fuerte de los reverberos bullían los mozos sirviendo cerveza, café o bavaresa de chocolate, y el humo de los cigarros, y el crujir de los periódicos que desdoblaban, y las conversaciones, y el sonido seco de las fichas del dominó dando contra el mármol, llenaban de vida aquel trozo de acera.

¿Y cómo pongo yo esto en la pera? dijo Montiño, cuya voz aterrada por el miedo, apenas se oía. Introducid el veneno con la punta de un cuchillo. Montiño se dominó, tomó la pera, y con un cuchillo la hizo una hendedura. Luego, con una agonía infinita, llorando, rezando, estremeciéndose todo, tomó de aquellos polvos con la punta del cuchillo, é introdujo otra vez la punta en la hendedura.

Brotaba chispas su espada; relámpagos, su pensamiento. Dominó, coronó, ascendió. Y al caer, rota la frente, en un charco de sangre, hubo irrupción de llamas en el cielo, aglomeración de palmas en la tierra, condensación de recuerdos y sentimientos en el corazón de los americanos. Para llorar a Martí no son suficientes las lágrimas de todos los hombres ni el grito clamoroso de todos los siglos.

Llevaba dominó negro y se había quitado la careta. Sus ojos se encontraron, pero ella apartó los suyos vivamente y por su hermoso rostro sonriente se esparció una nube sombría. Velázquez vaciló unos instantes, pero al fin se decidió á acercase á la mesa haciendo un gran esfuerzo sobre mismo para aparecer sereno. Á la paz de Dios, señores. Soledad no respondió.

Muchos hombres y muchachas de la gañanía querían pasar el domino en sus pueblos de la sierra, y le habían pedido los jornales para llevarlos a sus familias. Una tarea de volverse loco, el ajustar las cuentas de aquella gente que siempre se creía engañada. Además, había tenido que cuidar a un semental que andaba malucho; darle friegas y otros remedios, ayudado por Zarandilla.

Voy á contestar con dos redondillas castellanas. El dominio, este es su afan; Y tan de antiguo lo quiso, Que dominó el Paraíso Aún siendo soltero Adán. Con lo que queda expresado Que he dicho bastante infiero; Si lo enredó de soltero ¿Qué hubiera sido casado? Mañana nos espera el Louvre. El brigadier Rotalde no habla de otra cosa que de la Asuncion.

A las primeras palabras que le murmuró Simoun, cuando le dijo su verdadero nombre, el anciano sacerdote se echó para atrás y le miró con terror. El enfermo se sonrió amargamente. Cogido de sorpresa, el hombre no fué dueño de mismo, pero pronto se dominó y cubriéndose la cara con el pañuelo, volvió á inclinarse y á prestar atencion.