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Morir, ; él había leído esto muchas veces en las novelas sin poder contener una sonrisa. Ahora ya no reía. Había pensado algunas noches, en la turbación del delirio, terminar aquel amor de un modo trágico. La sangre de su padre, violenta y avasalladora, hervía en él. Si llegaba a convencerse de que nunca sería suya, ¡matarla para que no fuese de nadie, y matarse él después!

Una de estas veces marchaba Facundo Quiroga por una calle seguido de un ayudante, y al ver a estos hombres con frac que corren por las veredas, a las señoras que huyen sin saber de qué, Quiroga se detiene, pasea una mirada de desdén sobre aquellos grupos, y dice a su edecán: «Este pueblo se ha enloquecidoFacundo había llegado a Buenos Aires poco después de la caída de Balcarce. «Otra cosa hubiera sucedido decía si yo hubiese estado aquí. ¿Y qué habría hecho, general? le replicaba uno de los que escuchándole había; S. E. no tiene influencia sobre esta plebe de Buenos AiresEntonces Quiroga, levantando la cabeza, sacudiendo su negra melena, y despidiendo rayos de sus ojos, le dice con voz breve y seca: «¡Mire usted!, habría salido a la calle, y al primer hombre que hubiera encontrado, le habría dicho: ¡sígame!; ¡y ese hombre me habría seguidoTal era la avasalladora energía de las palabras de Quiroga, tan imponente su fisonomía, que el incrédulo bajó la vista aterrado, y por largo tiempo nadie se atrevió a desplegar los labios.

En viendo a Rocchio, cualquiera se imaginaría que a aquel corpachón de elefante, correspondía un carácter de avasalladora energía, y que, si aquellos puños de gladiador, eran manejados por un genio violento e irascible, el acceso a la temible fiera era tan difícil como peligroso.

Jamás me ha dado un motivo de queja. Deseo que encuentres uno igual. Las riñas del marido, su carácter irritable, su voluntad avasalladora, perdían toda importancia para ella al pensar en su fidelidad. En tantos años de matrimonio... ¡nada!

Pero estos apellidos históricos, si no están sostenidos por la fortuna, que ejerce una influencia avasalladora, se ven relegados al olvido, al ostracismo social. Así, pues, para brillar, no basta el apellido histórico; hace falta el dinero.

Porque Sacramento no cayó al adulterio arrastrada por la pasión tardía y avasalladora que acaso puede perdonar cierta soberana grandeza de alma: fue el tipo complejo de la medio malvada, medio enferma, a quien no se mata por infame sospechando que pueda ser irresponsable. Al fin, vencido, y lo que es más triste, resignado, prescindió de ella.

Ponte, lector, en situación análoga; haz memoria de si siendo colegial te enamoraste de una primita o de una amiga de tu hermana; recuerda luego si pasados los años de la juventud, y ya hecho hombre, tornaste a pisar los lugares donde, al conocerla, sentiste o creíste sentir amor; deja que en tu alma, tal vez vieja y gastada, reverdezca aquella primavera de tu mocedad; adórnala de reminiscencias dulcísimas, y entonces ¡sólo entonces! comprenderás cómo la fantasía de don Quintín se deleitó en recordar la que a él se le antojaba pasión avasalladora.

El anónimo era creación literaria de Felicita; pintaba, con recargada sensiblería, los amores desgraciados de don Pedrito y Angustias, hasta el instante en que la pasión avasalladora les arrebataba en un torbellino y les impelía al rapto; refería que unos perseguidores desalmados iban a los alcances de los amantes evadidos, con propósito de destruir su felicidad; esbozaba, con trazos al carbón, el cuadro venidero de una doncella sin honor, de todos despreciada, y de un sacerdote indigno, caso que no se les permitiese casarse; y, por epílogo, suplicaba de los Padre dominicos y de los marqueses de San Madrigal que intercediesen con el obispo, con el cual tenían notorio metimiento, para que obligase al descarriado seminarista a cumplir como hombre cabal con la chica.

Antes, al pensar en beldades deseadas y no poseídas, siempre le dominó el encanto de la forma: ahora sus sentidos parecían aletargados, y en cambio el ansia de perfecciones morales surgía potente y avasalladora.

Pero ¡caso extraño y raro! la teoría del célebre crítico alemán, tan brillante y de claridad tan avasalladora, no tuvo en España el influjo y la resonancia que debiera. La noble nación española, después de una lucha gloriosa, sacudió el yugo político que se proponía imponerle el estado vecino; no así su esclavitud á las leyes literarias, que había recibido antes del mismo.