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Actualizado: 12 de junio de 2025


Medía este corredor unos cuatro metros de anchura por otros tantos de elevación, estaba abovedado, y por los amplios arcos se esbozaba el encantador paisaje, que en las sombras de la noche, poseía una dulzura y serenidad poco comunes, perfumado el ambiente con las diversas plantas de aquellos climas.

Dejando libres sus encantos, iba y venía por el salón, segura de su hermosura, orgullosa de su cuerpo duro y soberbio, que no había cedido aún bajo el paso de los años. Unos chales de colores le servían de vestiduras transparentes. Agitándolos como fragmentos de arco iris en torno de su marfileña desnudez, esbozaba las danzas sacerdotales, las danzas al terrible Siva que había aprendido en Java.

El anónimo era creación literaria de Felicita; pintaba, con recargada sensiblería, los amores desgraciados de don Pedrito y Angustias, hasta el instante en que la pasión avasalladora les arrebataba en un torbellino y les impelía al rapto; refería que unos perseguidores desalmados iban a los alcances de los amantes evadidos, con propósito de destruir su felicidad; esbozaba, con trazos al carbón, el cuadro venidero de una doncella sin honor, de todos despreciada, y de un sacerdote indigno, caso que no se les permitiese casarse; y, por epílogo, suplicaba de los Padre dominicos y de los marqueses de San Madrigal que intercediesen con el obispo, con el cual tenían notorio metimiento, para que obligase al descarriado seminarista a cumplir como hombre cabal con la chica.

Me daba minuciosa cuenta del estado de las cosas de allá que podían interesarme; me consultaba dudas o me apuntaba ideas sobre los encargos que le tenía hechos, o me esbozaba otros planes que siempre me parecían bien. Así me defendía de las malas tentaciones con que me asediaban los diablejos de mi vida pasada, en cuyas garras había vuelto a caer.

Envuelto en su abrigadora bata, calados los lentes o quevedos, afeitada y descañonada ya la barbilla violácea, bien peinadas y perfumadas con colonia las patillas de un gris de estopa, revolvía cartas, consultaba notas, hojeaba memorándums, ordenaba in mente lo que no tenía orden, hacía cálculos, esbozaba proyectos, trazaba planes.

Los fieles aprovecharon este momento para estornudar, sonarse, toser, bostezar, suspirar, volverse de un lado y de otro... Después se hizo el silencio... ¡el más profundo silencio! El predicador avanzó hasta el borde del púlpito, apoyó en él sus manos huesudas y velludas; sus ojos brillaban bajo sus espesas cejas rojas y su boca esbozaba una singular sonrisa... después comenzó: *

Palabra del Dia

irrascible

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