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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Otros, más audaces, asediaban á la costurerilla de la familia y comenzaban con ella una novela de amor, insípida y vulgar, conservándola en la casa de los padres que aceptaban sin protesta el amancebamiento á cambio de la protección del rico. Se desterraba al amor para permitir el negocio.

Antes que pudiese dar un paso el joven, Paulita ha saltado ya en tierra con su agilidad de sílfide y sonríe á Isagani con sonrisa llena de conciliacion; Isagani sonríe á su vez y le parece que todas las nubes, todas las negras ideas que antes le asediaban, se disipaban como humo; luces tenía el cielo, cantos el aire, y flores cubrían las yerbas del camino.

En el siglo XIV, en el que 25:000.000 de habitantes casi la mitad de la población de Europa sucumbieron de la peste negra, los peligros que asediaban permanentemente al habitante, provenían de los poderes sobrenaturales a los que les eran atribuidas las sequías, las inundaciones, las epidemias, los terremotos, las pestes, las cosechas y los triunfos de la guerra.

El yugo que un hombre se crea con sus malas acciones, engendra el odio en las mayores naturalezas, y el alegre y afectuoso Godfrey Cass se agriaba rápidamente. Crueles tentaciones lo asediaban, pareciendo entrar y salir en su corazón como demonios que habían encontrado en él alojamiento preparado. ¿Qué iba a hacer aquella tarde para pasar el tiempo?

Trabajaba gran parte del día en traducciones del inglés o escribiendo artículos para los periódicos de la idea; una faena que le producía lo necesario para el pan y el queso, permitiéndole además auxiliar al compañero que le alojaba en su casucha y a otros compañeros no menos pobres que le asediaban con frecuencia, demandándole apoyo en nombre de la solidaridad.

¡Oh! lo que es eso... Mi destacamento estaba compuesto de demonios casi tan negros como los que nos asediaban. Figúrate aquello, tía Liette. Nada de eso. Usted los calumnia; eran buenos muchachos y no sabían qué hacer para complacerme. Es que la presencia de usted los metamorfoseaba... No como Circe entonces.

Tal vez en la ingenuidad de su alma, en la tranquila conciencia de su belleza, pudo quizás ella creer que algunas de estas adoraciones eran dictadas por leales sentimientos, por confesables intenciones, mas con su rápida y fina penetración de mujer, no tardó en comprender que todos estos postulantes que sin respiro la asediaban, aspiraban a todo, menos a su mano, y esta convicción diariamente ratificada concluyó por añadir a la honda melancolía que minaba el corazón de la huérfana, la sensación cruel del más acerbo desprecio.

Todos la asediaban, pugnando por arrancarla una palabra, un signo de preferencia, y ella contestaba a todos con asombrosa discreción, manteniéndolos en perfecta igualdad, evitando los choques mortales que podían sobrevenir repentinamente entre esta juventud belicosa, armada y poco sufrida. ¿Y el Ferrer? preguntaba don Jaime. ¡Maldito verro!

Me daba minuciosa cuenta del estado de las cosas de allá que podían interesarme; me consultaba dudas o me apuntaba ideas sobre los encargos que le tenía hechos, o me esbozaba otros planes que siempre me parecían bien. Así me defendía de las malas tentaciones con que me asediaban los diablejos de mi vida pasada, en cuyas garras había vuelto a caer.

E intentaban abrirse paso hasta ella, entre el tropel de adoradores que continuamente la asediaban bajo la mirada inteligente y voraz de Salvatti. Por entonces murió su padre en un hospital de Milán. Un final tristísimo, según le explicaba en sus cartas la antigua bailarina. ¿De qué había muerto?... Isabella no sabía explicarlo.

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