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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Si bien seguía creyéndose profundamente piadoso, don Víctor hacía distinciones sospechosas entre la religión y el clero, entre el catolicismo y el ultramontanismo. «Yo soy tan católico como el primero», esta era su frase cada vez que decía alguna herejía o algo parecido; pero se metía a interpretar a su modo los textos del Antiguo y Nuevo Testamento y hasta se atrevía a decir delante de curas y señoras, que el hombre virtuoso es siempre un sacerdote, y que un bosque secular es el templo más propio de la religión pura, y que Jesucristo había sido liberal, con otros disparates.
202 Corcovió el de los tamangos y creyéndose muy fijo: ¡más porrudo serás vos, gaucho rotoso!, Me dijo. 203 Y ya se me vino al humo como a buscarme la hebra, y un golpe le acomodé con el porrón de ginebra. 204 Ahi nomás pegó el de hollín mas gruñidos que un chanchito, y pelando el envenao me atropelló dando gritos. 205 Pegué un brinco y abrí cancha diciéndoles: caballeros, dejen venir ese toro.
Tu marido, creyéndose viudo, podría casarse con Juana, la hija del capataz, por ejemplo... Si tú vuelves impedirás ese casamiento, porque él te ha querido mucho, mucho... Pepa oía como quien oye la lluvia... Juana, la hija del capataz, te ha sustituido en la cocina de don Lucas.
Corrió hasta alcanzar el camino del Crucero, y dejándolo a un lado, atravesó a la carretera y a la cuesta de San Hilario, donde refrenó el paso creyéndose en salvo ya. ¡También era manía la del zopenco aquel, de no dejarla a sol ni a sombra, y darle escolta todas las tardes! ¡Y como su compañía era tan divertida, y como él hablaba tan graciosamente, que no parece sino que tenía la boca llena de engrudo, según se le pegaban las palabras a la lengua!
Forzado á huir ocúrrenle después varias aventuras, y regresa, por último, á su hogar, creyéndose seguro; pero, al saber que ha sido condenado á muerte, busca al juez de la sentencia; pone á sus criados de centinela á la puerta de la casa de éste, su apodera de los autos, los rompe y se escapa con sus servidores.
Mientras Febrer comía ávidamente, con el buen apetito de la alegría, el muchacho anduvo por la habitación, atisbando con ojos ansiosos, por si podía encontrar aquella carta que había excitado su curiosidad. «Nada.» La alegría del señor acabó por contagiarle, y rio también, sin saber de qué, creyéndose obligado a mostrar buen humor, ya que don Jaime estaba contento.
Pues es lástima contestó el vasco, mientras Lucía le miraba risueña . Harían ustedes una pareja, que ya, ya.... Ni escogidos. Sólo que la señorita.... Acabe usted suplicó Lucía, divertida hasta lo sumo y ocupada en quitar a una mandarina su cubierta de papel de seda. ¿Lo digo, señorito Ignacio? Artegui se encogió de hombros. Sardiola, creyéndose autorizado, se explayó.
Es verdad; hay momentos en que... pero eso no debe ser... figuráos que yo soy la mujer más honrada y más respetable del mundo. Y qué, ¿no lo sois para mí? Y tanto como lo soy; ya veréis. ¿Os habéis propuesto desesperarme? Me he propuesto que me améis. ¡Qué! ¿no os amo ya? No, ni yo os amo tampoco. ¡Cómo! exclamó con acento severo el joven, creyéndose objeto de la burla de una cortesana.
Aunque más moderada que su hija en el prurito de grandezas, sin duda por el vapuleo con que la domara la implacable experiencia, Doña Paca se iba también del seguro, y creyéndose razonable, dejábase vencer de la tentación de adquirir superfluidades dispendiosas.
El pianista palideció, mirando con espanto á Lubimoff. Su gesto fué igual al del que habla en voz alta creyéndose á solas, y nota repentinamente que alguien le escucha. Quedó confuso y balbuceando: No sé... ¡la gente dice tantas mentiras!... ¡Cosas de mujeres! Lubimoff sintió una confusión igual al darse cuenta de que hasta Spadoni se había ocupado con regocijo de su aventura.
Palabra del Dia
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