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Son belicosas en tierra y mar, no tienen mas comida que caza y pesca; y sus armas son dardos como media lanza, no tan gruesa, con puntas de pedernal. Usan llevar debajo de un ceñidor un palo de cuatro palmos, y en el extremo anterior, una bola ó nudo. Tienen tambien otras armas de un palmo de largo, con puntas armadas de un ancho diente de pez que llaman palometa, semejante á nuestras tencas.

Por cierto que no se explicaba mal ni dejaba de tener su lado interesante mi rudo interlocutor, en quien apenas me había fijado hasta entonces. Era un mocetón fornido, ancho y algo cuadrado de hombros; vestía pantalón azul con media remonta negra, sujeto a la cintura por un ceñidor morado; y sobre la camisa de escaso cuello, un «lástico» o chaquetón de bayeta roja.

Ni el báculo de san Francisco, ni el manto de santa Teresa, ni el ceñidor de san Ignacio de Loyola hicieron nunca curas tan milagrosas como las que habían de operar aquellas hilas, con tan pura intención trabajadas, en las heridas, llagas y tolondrones de los pobrecitos heridos del Norte.

Por aquí colgaba á guisa de pendón, una pieza de lanilla encarnada; por allí un ceñidor de majo; más allá ostentaba una madeja sus innumerables hilos blancos, semejando los pistilos de gigantesca flor; de lo alto pendía algún camisolín, infantiles trajes de mameluco, cenefas de percal, sartas de pañuelos, refajos y colgaduras.

Los brazaletes eran del mismo género: perlas y rubíes, y del mismo género también los herretes y el ceñidor de su magnífico traje de raso blanco bordado de oro, traje de teatro, traje de reina, que dejaba desnudos los hombros, el seno y los brazos, con doble falda, ancho, flotante, maravilloso, que aún no había estrenado Dorotea, que aún no había visto nadie.

Por la escalinata que da entrada a la portería salían los novicios a paseo, de tres en tres, con el rosario al ceñidor, el continente modesto, los ojos bajos; tomaban todos hacia la carretera, serenos y alegres, descubríanse al pasar ante la estatua de su fundador, con el cariñoso respeto con que se saluda a un padre, y repartíanse luego en distintas direcciones, por diversos caminos y senderos.

El cura erguía su cuerpo pequeño y redondo, queriendo abarcar en una mirada de resignación las víctimas, los verdugos, la tierra entera, el cielo. Parecía más grueso. El negro ceñidor, roto por las violencias de los soldados, dejaba libre su abdomen y flotante su sotana. Las melenas plateadas chorreaban sangre, salpicando de gotas rojas el blanco alzacuello.

Ahora bien: pues que ya conocéis la tierra y la gente, y de juro también os han llevado, para que estudiéis las costumbres, á los toros del Puerto y de Sanlúcar, y á las ferias de Mairena y del Rocío, y á la Semana Santa de Sevilla, y de paseo ó gran parada á la plaza de San Antonio de Cádiz, y de profana romería á la beata Sierra de Córdoba, y en todas estas exposiciones regionales habréis encontrado á las más genuinas andaluzas de alto y bajo copete, ora á pie, ora en las ancas de brioso caballo regido por apuesto contrabandista, ora en jumento con jamugas ó con maldita la cosa, ora en calesa, calesín ó birlocho; ya con vestido á media pierna, pañuelo de crespón encarnado y la cabeza orlada de claveles; ya con falda de espléndidos faralares, valioso mantón chinesco y toca blanca, al gusto de Goya; ya de legítima torera, con monillo, ceñidor y sombrero calañés; ya arrastrando luenga cola de seda y tremolando la clásica mantilla de casco, bandera negra de las españolas contra toda la extranjería; aquí tañendo las castañuelas, y bailando, verbigracia, el Vito; allí cantando, al son de sus palmas, la apasionada Soledad, ó entonando, con lágrimas en la voz, ¡sin palmas y con suspiros!, la Caña quejumbrosa y lastimera; aquí abriéndose paso con su rumboso meneo entre una turba de majos, que arrojan á sus pies capas y sombreros para que le sirvan de alfombra; allí volviendo valientemente una esquina, y al mismo tiempo la cara en sentido inverso, como fascinadora culebra que no quiere que se escape el pajarillo; es decir, pues que ya habéis visto á la mujer técnica de la Tierra de María Santísima, sea duquesa ó labradora, generala ó cigarrera, en el pleno ejercicio de su privativo poder, de su peculiar gallardía, de su porte soberano, tengo que principiar por advertiros que.....

El Monte-Blanco es el monarca de las montanas; esta coronado desde muchos siglos con una diadema de nieve sobre su trono de rocas. Esta revestido con un manto de nubes: los bosques forman su cenidor, tiene un avalange en sus manos como un rayo amenazador; pero espera mis ordenes para dejarlo caer en el valle.

La fresca brisa de la tarde baña su rostro. Vuelven los ojos á tierra y su gozo aumenta viendo á Cádiz surgir de las aguas con su ceñidor de espumas, con su crestería que los rayos del sol doran como la corona gigantesca del dios de los mares. En aquel momento, Soledad preguntó á Uceda en voz baja: ¿Sigues en tu idea de marcharte á Sevilla? . Yo también me voy.