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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Y se puso a describir con bastante gracia la vida matrimonial de su hija. Lo mismo ella que el marido eran un par de chiquillos mimosos, insoportables. Sobre si no la había pasado el plato a tiempo o no la había echado agua en la copa, sobre los botones de la camisa, o si no cepillaron la ropa, o tenía la ensalada demasiado aceite, armaban caramillos monstruosos.

Después de permanecer algunos minutos en tal estado, vecino de la locura, vio que se levantaba, y con cristiana resignación sacaba del armario la tercer camisa, y después de meterle los botones, se la ponía dando un profundo suspiro. Al cabo de un cuarto de hora, concluida su tarea, salió del gabinete serio, tranquilo, un poco pálido, como sucede siempre después de las grandes crisis.

Zalacaín lo comprendió y se mostró indiferente y contempló sin turbarse al cura. Llevaba éste la boina negra inclinada sobre la frente, como si temiera que le mirasen a los ojos; gastaba barba ya ruda y crecida, el pelo corto, un pañuelo en el cuello, un chaquetón negro con todos los botones abrochados y un garrote entre las piernas.

Y en el firmamento apacible cabalgaba una nubecilla blanca y graciosa que parecía una vela marina hinchada por el viento...; ¿si sería un barco?... Carmen quedó absorta en una deliciosa meditación. Estaba abrochando los botones del peinador y volvió a mirar hacia el espejito, donde ahora se reflejaban sus dos manos nacarinas ajustando la tela sobre el pecho. Y en esto llamaron a su puerta.

Pero se sintió repelido por esta penumbra olorosa de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante, aspirando con delicia el aire libre. ¡Oh, lady!... ¡Buenos días! Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la suya con una rudeza varonil. El sol hacía brillar los botones dorados sobre el paño color kaki de un uniforme de soldado inglés.

Al día siguiente, al amanecer, Hullin, muy endomingado con su pantalón de recio paño azul, amplia chaqueta de terciopelo obscuro, chaleco rojo con botones dorados, y cubriendo la cabeza con un ancho sombrero de campo, sujeto por delante, sobre la cara bermeja, con una escarapela, se puso en camino para Falsburg, empuñando un grueso palo de serbal.

Pueden, pues, acribillarse, ya que ese es su gusto. A una seña suya se le acercó el groom de Amaury, le entregó el cigarro y púsose a cargar flemáticamente las pistolas. A todo esto Amaury se paseaba entretenido en hacer saltar con la punta de la espada los botones de oro de las margaritas silvestres.

Yo no tenía otro equipaje que dos camisas y un pantalón, además del que llevaba puesto; un pantalón nuevo, azul, con muchos botones: la única prenda que pudo hacerme mi madre... ¡Aún lo estoy viendo!...

Jamás Viena corriendo hacia el Práter, Berlín hacia el Linden, París hacia el Bosque, habían presentado espectáculo tan original y pintoresco como el que ofrecía a la puesta del sol aquella inmensa avalancha de trenes lujosísimos, la mayor parte descubiertos, atestados de mujeres de todos tipos, de todas edades, con trajes de colores vivos, mantillas blancas o negras, peinetas de teja y flores en la cabeza, en el pecho, en las manos, en los asientos y portezuelas de los coches, en las frontaleras de los caballos y en las libreas de los cocheros, confundiéndose, sin atropellarse, en aquella baraúnda ordenadísima, carruajes, caballos, jinetes, arneses, prendidos, libreas, cocheros con la fusta enarbolada, lacayos con los brazos cruzados, retintines de bocados y crujidos de látigos, efluvios de primavera y perfumes de tocador, olor a búcaro de la tierra recién regada, y fragancia de lilas, azucenas y violetas; envuelto todo como en una gasa en un polvillo fino y brillante, iluminado todo con golpes de luz bellísimos por los reflejos del sol poniente, que penetraba por entre las copas de los árboles, haciendo brotar resplandores de incendio en la plata de los arneses, los botones de las libreas y el herraje de los coches.

Pero más que estas demostraciones sobre el terreno, les convenció la parrafada que les largué, casi un sermón entero, sobre lo que había sido, era y sería, mientras yo viviera, aquel noble solar para los tablanqueses; la importancia que daba y daría siempre a sus tertulias, y lo resuelto que estaba a que las cosas siguieran allí como en vida de mi tío... Convenciéronse al fin, pero no sin quedar yo convencido también de la razón con que decía, sin que se lo creyéramos los que le oíamos, cierto amigo mío, muy apasionado de la milicia, que debe ponerse mucho tiento en lo de reformar «instituciones» viejas, aunque sea con el fin de mejorarlas, porque, a veces, dos botones de más o de menos en el uniforme tradicional, pueden influir hasta en el desprestigio o en la indisciplina del regimiento que le usa.

Palabra del Dia

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