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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Pasábanse horas sin oir el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

La misma dificultad con los colores que con las palabras. Cuanto más trabajaba para dar relieve a las formas de su pensamiento, más le desvanecía y le ahogaba entre la balumba de las frases huecas o de los colores resobados. Esto no era ser artista.

Que era lo que estaba haciendo Paquito con Edelmira, su prima. La robusta virgen de aldea parecía un carbón encendido, y mientras don Juan, de rodillas ante doña Inés, le preguntaba si no era verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se ahogaba y tragaba saliva, sintiendo el pataleo de su primo y oyéndole, cerca de la oreja, palabras que parecían chispas de fragua.

Subió tan de prisa, sin duda para evitar encuentros importunos, que al llegar al piso segundo le ahogaba la fatiga y se llevó una mano al corazón. Con la otra dió dos golpecitos en una de las puertas. Al instante abrieron silenciosamente: se arrojó dentro con ímpetu, cual si la persiguiesen. Más vale tarde que nunca dijo el joven que había abierto, tornando a cerrar con cuidado.

¡Señor! gritó. ¿Ha aceptado usted mi hospitalidad para venir a envenenarme la casa?... ¿No sabe usted que ese nombre maldito no debe pronunciarse aquí? ¿No sabe usted que yo maldigo a ese bribón hasta en su tumba? ¿que maldigo a su progenitura, que maldigo a todos los que...? No pudo continuar; se ahogaba, y le acometió un violento acceso de tos.

Y el otro, dando entonces rienda suelta a la rabia que le ahogaba, al rencor contra el padre de aquel inocente, fuera ya de su alcance, que por tantos años había fomentado en el fondo del pecho, con la paciencia con que se afila la hoja de un cuchillo, gritó con voz terrible, sacudiéndole con una mano por un brazo, poniéndole el puño cerrado de la otra junto al rostro mismo: ¿Qué quiero?... ¡Matarte es lo que quiero!... Romperte el alma... Tirarte al agua; que uno de los dos no vuelva al colegio...

Total: que salió Juan Pablo de la casa renegando de su estrella, de su tía y de todo el género humano, revolviendo en su mente propósitos de venganza con proyectos de suicidio, pues estaba el infeliz como el náufrago que patalea en medio de las olas, y ya no podía más, ya no podía más. Se ahogaba. iv

Su cólera, quebrantada al fin por tan horrible tensión, empezó á desvanecerse, y Batiste, repitiendo su rosario de insultos, sintió de pronto que su voz se ahogaba hasta convertirse en un gemido. Al fin rompió á llorar. Ya no injurió más al matón. Fué poco á poco retrocediendo hasta llegar al camino y se sentó en un ribazo con la escopeta á sus pies.

¿Tendría usted... por ahí... un poquito de agua?... dijo don Fermín, que se ahogaba, y que no podía separar la lengua del cielo de la boca. Don Víctor buscó agua y la encontró en un vaso, sobre la mesilla de noche. El agua estaba llena de polvo, sabía mal. Don Fermín no hubiera extrañado que supiera a vinagre. Estaba en el calvario.

Pero las horas volaban, y era preciso decidirse. Cuando Andrés acabó de leer la carta, su único amparo al dejar su patria, y á vueltas de algunos halagüeños comentarios que se hicieron sobre aquélla, la pobre mujer, á quien ahogaba el llanto, mandó entrar en casa á su hijo para que su hermana le limpiara la ropa que llevaba puesta y se la guardara, mientras ella daba las últimas puntadas á una camisa.

Palabra del Dia

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