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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El silencio es delito, sí señor... ¿Por qué ha de echar sobre mí la sociedad esta befa, no siendo yo culpable? ¿No soy modelo de esposos y padres de familia? ¿Pues cuándo he sido yo adúltero?, ¿cuándo?... que me lo digan. De repente, y saltando cual si fuera de goma, el hombre eléctrico se levantó... Sentía una ansiedad que le ahogaba, un furor que le ponía los pelos de punta.
La comare, que había hecho milagros, renegaba de su sabiduría si antes de dos días no lograba deshacer la bola de fuego que ahogaba a la muchacha. Y los dos días transcurrieron, y otros dos más, sin que la pobre Mari-Cruz experimentase alivio. Alcaparrón seguía sollozando fuera de la gañanía, para que no le oyese la enferma. ¡Cada vez peor! ¡No podía estar acostada! ¡se ahogaba!
A veces interrumpíase el estertor de su respiración con una tos seca, lanzando espectoraciones estriadas de sangre. La vieja movía la cabeza. Ella esperaba algo negro y monstruoso, una oleada putrefacta que, al salir, se llevase todo el mal de la muchacha. Una tarde la vieja prorrumpió en alaridos. La niña se moría; se ahogaba.
¿Por qué salió usted á estas horas estando así? Me ahogaba, y he tenido que salir á respirar el aire. Pero usted llora. Por Dios, ¿qué tiene Usted? La enferma no contestó. ¿Está usted muy enferma, muy enferma? continuó Lázaro. Sí dijo ella de un modo imperceptible. ¿Hace mucho? Hace poco. Señora, retírese usted, yo se lo suplico. Sus manos parecen de fuego, su frente quema.
Si supieras todo lo que sufro y todo lo que he sufrido en estos días, pensando en mi maldad para contigo. Pero ya no volveré a cometer bajezas, Raquelita... Escúchame... te acuerdas cuando... murió papá... y cuando yo te pegué... cuando... No pudo continuar, se ahogaba.
¡En Marchamalo tales abominaciones! exclamó, saltando de su asiento. ¡La torre de los Dupont, mi casa, a la que llevo mi familia muchas veces, convertida en un antro del vicio! ¡El demonio de la impureza haciendo de las suyas a dos pasos de la capilla, de la casa de Dios, donde sacerdotes sabios han dicho las cosas más hermosas del mundo!... Y la indignación le ahogaba.
No, eso estaba en un porvenir lejano todavía. Debía de ser demasiado grande, demasiado hermoso para estar tan cerca de aquella miserable vida que la ahogaba, entre las necedades y pequeñeces que la rodeaban. Acaso el amor no vendría nunca; pero prefería perderlo a profanarlo.
Hay que decir: «Hasta aquí llegó la cosa»..., y palante... Yo diría a los jueces, escribanos, alguaciles, magistrados y demás pillería: «¿Queréis almorzar? Pues ahí tenéis la azada, el arado, el escoplo o lo que más os convenga. Pero con papeles no se come aquí, señores...». ¿Que no querían? Pues hacia un estanque de tinta, los ahogaba en él..., y palante.
Tenía mucha prisa en salir de aquel salón en que me ahogaba; pero no pude retirarme ante la actitud provocativa que afectaba el señor de Bevallan. A fe mía murmuró, que es cosa bastante particular. Fingí no oirlo. La señorita Margarita le dijo dos palabras bruscas en voz baja.
No se había engañado: era el susto, la mala sangre que se le había subido al pecho y la ahogaba. Anduvieron toda una tarde las dos por las colinas vecinas buscando hierbas, y solicitaron de la mujer de Zarandilla los más disparatados ingredientes para una famosa cataplasma que pensaban preparar.
Palabra del Dia
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