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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Fortunato levantó la cabeza y sonrió. Hola, ¿eres tú? Don Fermín se sentó en un sofá. Estaba un poco mareado; le dolía la cabeza y sentía en las fauces ardor y una sequedad pegajosa; se ahogaba en aquel recinto cerrado y estrecho; el alcohol le había perturbado.
Se callaría el agonizante, dejando á sus amigos, los Terreròla ú otros, el encargo de vengarle. Y Batiste no sabía qué temer más, si la justicia de la ciudad ó la de la huerta. Empezaba á caer la tarde, cuando el herido, despreciando las protestas y ruegos de las dos mujeres, saltó de su camón. Se ahogaba; su cuerpo de atleta, habituado á la fatiga, no podía resistir tantas horas de inmovilidad.
La voz se ahogaba en mi garganta y no tenía valor para decir la fatal noticia. Repitieron la pregunta, y entonces vi a mi amita que salía de una pieza inmediata, con el rostro pálido, espantados los ojos y mostrando en su ademán la angustia que la poseía. Su vista me hizo prorrumpir en amargo llanto, y no necesité pronunciar una palabra. Rosita lanzó un grito terrible y cayó desmayada.
Allí la bondadosa, la tierna y la delicada era Casilda, y por esta sola circunstancia era ella el pavo de la boda; sobre su humilde cabeza descargaban el mal humor del padre y las iras de los hermanos. Era tan poquita cosa, que se ahogaba en un dedal de agua, pero reconcentrada, como todos los caracteres tímidos, era a la vez rencorosa y no perdonaba fácilmente ofensas que considerase injustas.
¡Qué buena es en olvidar mis estúpidas palabras! pensaba, y en su confusión habría querido implorar perdón, de rodillas. Sin embargo, nada pudo contestar; la emoción lo ahogaba, y la joven se alejó antes de que pudiera encontrar palabras para expresar sus sentimientos.
¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta!
Y de pronto exclamó, enderezándose en el sillón: Lo que a mí me subleva, me ahoga, me mata, me quita el sueño, el apetito, la vida, es que ellos van a reírse, van a burlarse, van a gozar de nuestra desgracia. Si me parece ver a esa harpía de Casilda, a ese hambriento de Pablo Aquiles... ¡Ay! ¡no, yo no podré soportarlo, no, no! Se ahogaba.
Y no me pidas otra cosa, y queda con Dios. Orizaba, a 30 de Julio de 1893. La diligencia iba que volaba. Sin embargo, me parecía lenta y pesada como una tortuga. Ya no me causaba repugnancia el hedor de los cueros engrasados, ni me ahogaba el polvo, ni me arrancaban una sola queja los tumbos del incómodo y ruidoso vehículo.
Sin duda; mas a pesar de esto, el desconsuelo le ahogaba, como el hombre que repentinamente se ve perdido enmedio del océano. Estaba acostumbrado a medir su insignificancia en el orden moral, su maldad y perversión comparadas con la bondad infinita de Dios. Pero nunca había visto de modo tan evidente lo ínfimo y microscópico de su naturaleza.
No me contestó; llevóse las manos al pecho, y fijó la mirada en una cestilla que tenía delante. Angelina... supliqué. ¡Silencio! ¡Silencio horrible! La emoción la ahogaba. Oía yo los latidos de su corazón. Angelina, una palabra.... ¡Una palabra, por piedad!
Palabra del Dia
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