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Era un mozo corpulento, de fisonomía dulce y simpática, sobre cuyo labio superior apenas se distinguía leve bozo rubio. ¡Soleá! exclamó al entrar, con visible y placentera emoción extendiendo sus manos á la tabernera.

Y silbando fagina y después retreta llegó hasta el prado, dejó la macona en el suelo y se puso á segar el verde. Pronto se le olvidó el caso de Demetria y volvieron á su imaginación las dulces memorias del país donde florecen los naranjos. Una soleá muy gitana se le escapó de la garganta. Y como allí no podía oirle su abuela, cantó con todo el aliento de sus pulmones.

Si miloro va esta noche a mi casa dijo en voz baja otra, que era, si no me engaño, Pepa Higadillos verá lo bueno. Mi marío ha ido a comprar burros, y me divierto pa matar la soleá.

Te he visto nacer, como quien dice; he sido amigo de tu padre, y no puedo dejarte en medio del arroyo expuesta á la miseria y á la perdición... no eres para una mujer cualquiera, una querida que se toma y se suelta como un perro de caza... Á ti te he mirado siempre como cosa propia, y si algunas veces te maltrato es por la misma confianza que contigo tengo y por este genio polvorilla que Dios me ha dado... Pero eso no tiene que ver con el aprecio... Yo te aprecio, Soleá, porque eres buena y eres honrá... y eres decente, ¡vamos!... Y á fuerza de tiempo se toma cariño á las sillas, cuanto más á las personas... Y para que más de la verdad... á ti te he tomado más cariño que he tomado hasta ahora á ninguna mujer...

Será una desazón volandera de esas que acostumbráis los que andáis metíos en el querer. Mañana os volveréis á juntar y ni ni ella os acordaréis si hoy le has dado un palo ó dos besos... Pero si es cierto que la has echado de tu casa y no la vuelves á llamar, digo, Velázquez, que no te ayudará Dios, porque no has hecho una cosa regular... Soleá es una mujer como pocas...

Escucháronse las notas dulces de la guitarra y poco después llegó á sus oídos una soleá entonada á media voz por un hombre. ¿Quién está ahí? preguntó Manolo. Los de siempre. ¿Y quiénes son los de siempre? Pues la reunión; ¿no los conoces? Pepe de Chiclana, María-Manuela, Paca la de la Parra, Antonio, Frasquito y su tío el señor Rafael. ¿Y en el otro cuarto? Marchantes que juegan al rentoy.

No tengo más amigos de verdá que mi jaca y ésta y mostró la carabina . A lo mejor me entra la murria de ver a mi hembra y a mis pequeños, y entro por la noche en mi pueblo, y toos los vesinos, que me apresian, jasen la vista gorda. Pero esto cualquier día acabará mal... Hay veses que me jarto de la soleá y nesesito ver gente.

Estás paliito y ojeroso como un chavaliyo de quince años. Me da lástima de ti y no quiero que te ahoguen las fatigas. Si deseas que Soleá te quiera como antes y se case contigo pásate mañana por mi casa y te daré el remedio... ¡Pero cuidao que digas al lechonaso de Antonio!... Ve á la hora en que está en la oficina... Ya sabes, después de las diez.

No regales ligas á Soleá si quieres casarte con ella, ni tampoco tijeras... Evita las miradas de los tuertos... No des vueltas en la mesa al cuchillo, como sueles hacer, que tiene mala pata, ya te lo he dicho... Haz lo posible por no pisar carbón... Su rostro oscuro, expresivo, se dilataba con majestuosa expresión profética.

¡Venga de ahí, Moñotieso! gritó el señorito. Y la cantaora rompió en una soleá, con una voz aguda y poderosa, que después de hincharla el cuello como si éste fuera a reventarse, atronaba la sala y ponía en conmoción a todo el cortijo.