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Yo no soy inteligente en la hermosura de los hombres manifestó el joven riendo su frase , pero todos dicen que Pepito es guapo. ¡Ps!... Será según el gusto de cada cual ... y que me dispense Pacita, que es su pariente. Yo formo parte de esos todos y no lo digo. La verdad es apuntó Esperancita tímidamente que Pepito no pasa por feo.... Luego, es muy elegante y distinguido, ¿verdad ?

Y se dirigió a Pacita, poniéndose al mismo tiempo levemente colorada. Clementina le dirigió una mirada penetrante que concluyó de ruborizarla. ¿De qué se habla? preguntó Cobo Ramírez acercándose al corro. Casi nunca se sentaba en las tertulias. Le placa andar de grupo en grupo, resollando como un buey, soltando alguna frase atrevida en cada uno.

Estaban allí las que de algún modo por sus padres o maridos se relacionaban con el negocio, como la esposa y la hija de Calderón, la chica de Urreta, la señora de Biggs, Clementina Salabert y otras. Al lado de éstas algunas que por amistad íntima con ellas se habían decidido a acompañarlas, como Pacita y Mercedes Alcudia, cuya amistad con Esperancita era notoria.

Se oyó una espontánea carcajada. Pacita la había soltado. Su mamá se mordió los labios de ira y encargó a la hija que tenía más cerca que hiciese presente a la otra, para que a su vez lo comunicase a la menor, que era una desvergonzada y que en llegando a casa se verían las caras.

La vanidad hacía a Ramoncito no sólo torpe, porque es regla bien sabida que cuando se galantea a una mujer no debe alabarse con demasiado calor a otra, sino un tantico atrevido dirigiéndose a niñas. Estas se miraban sonrientes, brillándoles los ojos con fuego malicioso y burlón que el joven concejal no observaba. Y diga usted Ramón, ¿no se ha declarado usted a ella? le preguntó Pacita.

Pacita, sin contestar, llamó la atención de una de sus hermanas. Mercedes, mira qué pulsera tan bonita le ha regalado el general a Esperanza. La segunda de Alcudia perdió su rigidez por un momento, y tomando el brazo de Esperanza la examinó con curiosidad. Es muy bonita. ¿Te la ha regalado el general? preguntó cambiando al mismo tiempo con su hermana una mirada maliciosa.

¡Hombre, no! exclamó riendo el banquero. ¡Hombre, ! A no me importa nada que usted traiga todos los Romeos que guste.... ¿Viene por aquí su amigo Pinazo? Los que entendieron adónde iba a parar, que eran casi todos, soltaron la carcajada. ¡No viene! ¡no viene! dijo Calderón casi ahogado por la risa. ¿De qué se ríen? preguntó Pacita por lo bajo a Esperanza.

Ramoncito ya no podía sufrir más aquella pena de Tántalo a que la experiencia de su amigo le condenaba. No cesaba de mirar hacia el sitio donde éste y Esperancita departían. Poco a poco fué acercándose a ellos: concluyó por detenerse delante. Qué tal, Esperanza.... ¿Hace mucho que no ha visto a su amiga Pacita? El mismo lo comprendió así y se ruborizó al pronunciar estas palabras.

Ya empieza usted a ser falso como todos los políticos manifestó Mariana. ¡Siempre justiciero, Mariana! exclamó aquél, rojo de placer, oyéndose llamar hombre público. ¿Cuántos días hace que no he estado aquí? preguntó Castro a la niña. Lo menos quince.... Verá usted: ha estado la última vez, un lunes.... Estaba aquí Pacita.... Hoy es sábado.... Trece días justos.

Patiño se mordía los labios de coraje. ¡Los buenos tiempos! ¡El, que pensaba que nunca los había tenido mejores! Pero con su inmenso talento diplomático sabía disimular y sonreía también como el conejo. ¿Cuándo te han comprado esa pulsera? preguntó Pacita a Esperanza, reparando en una caprichosa y elegante que ésta traía. Me la ha regalado el general hace unos días.