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Las chicas comenzaron a gritar: "¡queremos verlo! ¡queremos verlo!" ¿Sabes lo que hizo entonces? Pues lo fué enseñando con la mano puesta encima, dejando sólo ver el pecho y la cabeza. ¡Chica, qué gracia tiene eso! exclamó Pacita soltando la carcajada.

Los más altos personajes se sentían lisonjeados cuando oían decir que Pinedo elogiaba a su cocinero. ¿Cuándo has estado en el colegio, Pacita? le preguntó en voz baja Esperanza a la menor de la marquesa de Alcudia. Pues el viernes; ¿no sabes que mamá nos lleva todos los viernes a confesar? ¿Y ? Yo hace lo menos tres semanas que no he estado. Mamá y yo nos confesamos cada mes.

Naturalmente, Ramoncito aprovechó este desahogo para poner de manifiesto el contraste entre su parquedad poética y la glotonería prosaica de Cobo; hasta que Esperancita le paró los pies diciendo con mal humor a su amiguita Paz, que estaba del otro lado: Pues a me gustan los hombres que comen mucho. A también repuso Pacita . Al menos indica que no tienen enfermo el estómago.

Mientras tanto Cobo aprovechaba el tiempo, haciendo reir con sus desvergüenzas a Pacita; pero aunque intentaba que Esperanza acogiese los chistes con igual placer, no lo conseguía. La niña de Calderón, seria, distraída, parecía atender con disimulo a lo que Ramoncito y Clementina hablaban. Pinedo se había levantado y hacía la corte al duque.

En obsequio a la verdad, hay que decir que se había olvidado "casi" de los millones de Calderón, que amaba ya a la hija "casi" desinteresadamente. ¿Conque ha hablado usted en el Ayuntamiento, Ramón? le preguntó Pacita . ¿Y qué ha dicho usted? Nada, cuatro palabras sobre el servicio de alcantarillas respondió con afectado aire de modestia el joven. ¿Pueden ir las señoras al Ayuntamiento?