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Y como los fantasmas de los infelices en cuya suerte había él influido, continuaban flotando delante de sus ojos como si saliesen de la brillante superficie del río é invadiesen el aposento gritándole y tendiéndole las manos; como los reproches y los lamentos parecían que llenaban el aire oyéndose amenazas y acentos de venganza, apartó su vista de la ventana y acaso por primera vez empezó á temblar.

Las cosas deshonestas, sucias y asquerosas, y todas las que oyéndose ofenden los oidos, y desazonan por lo que tienen de feo y de inhonesto, si se explican con sus términos propios se entienden bien, pero irritan y conmueven mucho; porque junto con la nocion que los vocablos representan, se excita en el ánimo el disgusto y aversion molesta, con que se miran tales cosas: por donde es mejor entonces valerse de voces metafóricas, que con rodeos é imágenes mas agradables hagan entender lo que se quiere decir, sin agitacion ni molestia del que oye.

Ya empieza usted a ser falso como todos los políticos manifestó Mariana. ¡Siempre justiciero, Mariana! exclamó aquél, rojo de placer, oyéndose llamar hombre público. ¿Cuántos días hace que no he estado aquí? preguntó Castro a la niña. Lo menos quince.... Verá usted: ha estado la última vez, un lunes.... Estaba aquí Pacita.... Hoy es sábado.... Trece días justos.

Acabó la escena, como tantas otras del teatro en que se fingen estos pasajes de la vida humana, «oyéndose pasos» afuera, y saliendo nosotros, gesticulando y diciendo sandeces «para disimular, al encuentro de los que llegaban. Y puestas aquí las cosas ya, ¿qué hacer?

«¿Quién hace caso de la imaginación? prosiguió él, oyéndose, y muy satisfecho del efecto que creía causar . Cuando la loca le alborote a usted, no se por entendida, hija. ¿Haría usted caso de una persona que pasara ahora por la calle diciendo disparates? Pues lo mismo es, exactamente lo mismo. A la imaginación se la mira con desprecio, y se hace lo contrario de lo que ella inspira.

Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua, y dijo: -Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas vestido en pompa y a caballo.

La puerta estaba cerrada. Al través de un balcón entreabierto veíase un pedazo de seda azul ligeramente curvado: la espalda de una mujer. Los pasos de Rafael hicieron ladrar a un perro en el fondo del huerto; huyeron cacareando las gallinas que picoteaban en un extremo de la plazoleta y cesó la música, oyéndose el arrastrar de una silla, como si alguien se pusiera en pie.

Los gritos de los combatientes seguían oyéndose por el lado del río; pero a medida que los náufragos se alejaban en dirección contraria, se iban debilitando. A la media hora de marcha apenas se sentían, y poco después se apagaron por completo. ¿Habría terminado la lucha? No podían saberlo, pero su resultado les era indiferente, pues tan enemigos suyos eran los unos como los otros.

No sabía el pueblo despedir a los suyos de otro modo. Luego que el batallón pasó, la calle volvió a quedar casi desierta, huérfana de animación y ruidos: durante unos minutos continuó oyéndose cada instante más débil el sonar de las trompetas, se cerraron los balcones y tornáronse los chicos a sus juegos.

Al llegar de Biarritz, Chichí había escuchado con ansiedad las hazañas de su «soldadito de azúcar». Quiso conocer, palpitante de emoción, todos los peligros á que se había visto sometido, y el joven guerrero del «servicio auxiliar» le habló de sus inquietudes en la oficina durante los días interminables en que peleaban las tropas cerca de París, oyéndose desde las afueras el tronar de la artillería.