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Después de mirarse gravemente al espejo muchas veces y de procurar arreglarla tirando de ella hacia abajo, el tío Manolo soltó un terno y echó una mirada feroz a Miguel. En seguida, procurando refrenarse, sin poder conseguirlo, exclamó por lo bajo y sonriendo forzadamente: ¡A que no me visto hoy, Miguelito!

Miguel, lleno de asombro, se dirigió a su habitación: al entrar oyó la voz de Perico. Buenas noches, Miguelito. Miró a todos los rincones del gabinete, y no vio a nadie. Estoy aquí, en la alcoba. Miguel fue a allá y le encontró metido dentro de su cama. ¡Pero hombre!... Perdóname... me hallaba medio desnudo y tenía mucho frío... Pero ¿qué ha sido eso?

Pierde cudiao, Baldomero repuso el anciano con la voz anudada y llevándose la mano al corazón. Tus hijo serán lo mío. En aquel instante se oyó un gran vocerío en la plaza. Era la plebe, que saludaba la entrada del quinto toro. El Cigarrero se dejó caer sollozando en los brazos de Miguel. ¡Qué tristesa, D. Miguelito del arma, qué tristesa!

El viejo le atajó con gran viveza la palabra: ¿Lo ves?... ¿Lo ves cómo la Virgen Nuestra Señora te concedió la misericordia?... Yo se lo pedía, se lo pedía y sin dejar de sonreír cruzaba las manos y las levantaba, mirando al cielo con expresión beatífica , porque me dijo Miguelito Tacón hace algún tiempo, cuando lo vi en Cuba de capitán general, el año treinta y cinco, que andabas..., vamos..., un poco alegre... ¡Y mira qué buena fue nuestra Madre!... ¡Porque lo viese yo, me ha conservado ochenta y seis años, Perico, ochenta y seis años!... , por cierto...

La generala se bebió el vaso de agua sin gana. Eh, chis, chis, Miguelito, ¿a dónde tan decidido? Al Retiro. Para los pies, chavó, y entra a tomar una cañita conmigo y estos señores. Miguel se detuvo y sonrió al ver a su primo Enrique sentado a una mesa del café Imperial al lado de la ventana y rodeado de varios toreros.

Vamos, Miguelito, no llores, tonto.... Si tu tío te quiere mucho..... No tomes a mal lo que te dice..... Si él..... eres un buen chico, ya lo , y lo saben todos..... Eres incapaz de reírte de Enrique porque le hayan pegado..... ¿Verdad que no te ríes de eso? Miguel se abstuvo de hablar, porque no quería mentir, ni tampoco llamar feo a su primo.

Al llegar a la esquina de la calle de la Montera, Hojeda volvió en de pronto y dijo en el tono afectuoso y humilde que le caracterizaba. ¡Buena matraca te he dado, Miguelito! Perdona a este viejo chocho y vete con Dios a descansar, que aquí nos separamos. Miguel se despidió de él apretándole con efusión la mano.

Volviose y reconoció la fisonomía del boticario Hojeda, el fiel amigo de su tío Bernardo, el barón humilde y bondadoso que tantas veces le había ido a visitar cuando era colegial. ¡D. Facundo! ¡Miguelito!... Me alegro mucho que seas , querido... ¡Dios te lo pagará!... Dame acá el más pequeño. ¿De dónde venía V. a estas horas?

D. Facundo dio un suspiro y dijo poniéndole la mano sobre el hombro. ¡Ay, Miguelito, sobre estas cosas y otras parecidas, hay mucho que hablar! Yo no diré que no esté mal lo que hace esa mujer; pero llamarla infame, no es tan justo como a primera vista parece.

Así se realizó punto por punto. Miguel acudió a la cita lleno de emoción, tanto más, cuanto que Lucía había sabido darla un atractivo especial con aquel misterio. Si le hubiera recibido lisa y llanamente en su casa, no sentiría la mitad del deleite. Adiós, Miguelito... Pare V., Juan... ¿Cómo tan solo por aquí, querido? ¿Te dedicas a meditar por estas soledades?