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El pintor de su deshonra. Este es un auto, que se compara, por su título, con la tragedia que también lo lleva, y que, en su argumento, se asemeja asimismo á ella. Comienza con un soberbio monólogo de Lucero (Lucifer), que sale de la boca de un dragón, y llama á la Culpa, que habita en una obscura caverna. Cuando el último le pregunta lo que desea, le refiere la historia de su caída, y que, en castigo de su orgullo, ha sido condenado á tinieblas eternas. Expresa su desesperación, y su odio, y su envidia al Creador del mundo, que lo ha humillado tan profundamente, representándolo como á gran artista ó artífice maravilloso; cuenta, además, que este artista intenta pintar una forma y un rostro á su imagen, después de haber trabajado por espacio de seis días largos en un cuadro grande y maravilloso, que es la Creación, debiendo acabar su obra en el día séptimo; la Culpa ha de prestarle su ayuda, para que esa imagen desaparezca, y para que el artista reciba el nombre de pintor de su deshonra. La Culpa le promete su auxilio, y ambos se deslizan en el taller: asombrados y llenos de temor, á pesar de su aborrecimiento, contemplan el cuadro del Creador; las imágenes de las espigas y de la viña, alusión al futuro Sacramento, los hacen temblar, ocultándose entre las hojas de un árbol al oir ruido. El pintor aparece y comienza su trabajo, mientras la Inocencia, la Sabiduría y la Gracia le presentan los colores y entonan cánticos en su alabanza; y, cuando el trabajo se ha terminado, imagen del maestro, le infunde vida y aliento, y la Naturaleza humana, recientemente forjada, se arrodilla ante su Hacedor.

Sin embargo, los enemigos que el excusador tenía, mejor diremos, los envidiosos, se encresparon terriblemente. No quisieron asentir a la versión de la doncella. Opinaban que era una patraña forjada por ella para salvarle; y si no lo creían, por lo menos así lo manifestaban bajando la voz y sonriendo maliciosamente.

El mármol entraba en esta obra como simple material de albañilería; la verja del jardín era forjada por un célebre fundidor de arte de París dedicado á fabricar estatuas de salón. Al marcharse el clérigo, fatigado de tanta largueza, el edificio monstruoso quedaba sin terminar y la preciosa verja á pedazos en el suelo, como hierro viejo.

»No por lo que me dolía el castigo, sino por aliviar a Luz del que padecía por , díjela, con mal forjada entereza: » Y ¿sabes todavía si es cierto lo que se asegura en el anónimo? »Pero ella me respondió, con una prontitud y un vigor que me sorprendieron: » Y si no es cierto, ¿por qué no me lo dijiste cuando te lo pregunté tantas veces, con el alma entre los labios?

No podía darse mayor conformidad de pensamientos entre Luz y su amigo, ni realidad más parecida a la hermosa ilusión forjada en dos cerebros juveniles. ¿A qué pedir más por entonces? Lo peor era que las gentes se regían allí, en el salón del baile, por leyes muy distintas de las del mundo ideal de los dos enamorados; y era ya preciso que ella volviera a sentarse y que se separaran, después.

Era una cadena de eslabones humanos brutalmente ensartados; gente forjada del Rey que iba a las galeras; una cuerda de presos. En torno suyo caminaban custodiándoles, sable en mano o arma al brazo, unos cuantos soldados. Lo que Lázaro había visto brillar en lontananza eran los hierros de las bayonetas.

Como recuerdo de los personajes de blanca peluca y las damas de anchuroso guardainfante que habían pasado por ella, quedaban algunos bustos clásicos en los rellanos, una baranda de hierro forjada á martillo y varios farolones de oros borrosos y vidrios turbios. Se detuvieron en el primer piso, ante una fila de puertas algo carcomidas por los años. Aquí es dijo Freya.

D. Luis! replicó Pepita toda desolada y compungida . Ahora conozco cuán vil es el metal del que estoy forjada y cuán indigno de que le penetre y mude el fuego divino. Lo declararé todo, desechando hasta la vergüenza. Soy una pecadora infernal. Mi espíritu grosero e inculto no alcanza esas sutilezas, esas distinciones, esos refinamientos de amor. Mi voluntad rebelde se niega a lo que Vd. propone.

Estaba forjada en el yunque Calderoniano con el martillo de la dignidad social, por las manos duras de la religión. No cabían en ella las viles condescendencias que son el fruto amargo de una de las maneras de la civilización. Mientras su hija estuvo prisionera, se le permitía engalanarse, pero no salir del cuarto.