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Hablé con la tal Leonor, Como si fuera en mi empleo, Estando en larga oración La retórica lacaya, Y ella, á manera de maya, 435 Serena toda facción. Díjela que me tenía Sin alma Leonor la bella; Que hacía un mes que la huella De sus chinelas seguía; 440 Y que bailando en el río De la castañeta al son, Me entró por el corazón Y por toda el alma el brío.

Para facilitarle la labor, traté de destruir los obstáculos de mayor bulto. Díjela que era muy natural que siendo yo la causa de sus dolores, y por unos motivos tan escabrosos, se resistiera ella a comunicarme lo que sentía; porque esto, en su inexperiencia, no lo creía posible sin lastimarme. ¡Qué equivocada estaba! Lo que a me lastimaba, hasta acongojarme, era su silencio melancólico.

Díjela que aún se sentiría mucho mejor si descargaba la imaginación del peso de sus tristes pensamientos, comunicándolos conmigo; que las penas calladas ahondaban demasiado en el corazón, y mucho más en el suyo, que las sentía por primera vez... ¡El mismo gesto de repugnancia! ¡La misma resistencia muda!

Cuando ella me pidió el bebedizo, me dije: podrá convenirme saber quién es el hombre á quien quiere esta muchacha entre tantos como la enamoran. Porque yo soy muy prudente, y que el saber, por mucho que sea, no pesa. Díjela que el bebedizo no podía producir buenos efectos si no se conocía á la persona á quien había de darse.

»No por lo que me dolía el castigo, sino por aliviar a Luz del que padecía por , díjela, con mal forjada entereza: » Y ¿sabes todavía si es cierto lo que se asegura en el anónimo? »Pero ella me respondió, con una prontitud y un vigor que me sorprendieron: » Y si no es cierto, ¿por qué no me lo dijiste cuando te lo pregunté tantas veces, con el alma entre los labios?

Con gran trabajo, porque se negaba á recibirme, anoche, ya tarde. ¿Y qué pasó en vuestra visita? Díjela que un altísimo personaje me enviaba á ella, y en prueba de su estimación me mandaba entregarla una alhaja de gran precio. Entonces la la gargantilla. Alegráronsela los ojos; pero puso dificultades... me dijo que no conociendo á quien aquél regalo la hacía, no debía recibirle...

Pero al fin... Díjela yo que quien la deseaba era tan alto personaje, que sería necesario, para que no le conociese, que le recibiese sin luz. ¿Y qué dijo á eso? Quiso echarme rudamente de su casa... hizo como que se irritaba... pero no me echó... al fin de muchas réplicas me dijo: no hay persona que no pudiera ofenderme con una solicitud tan extraña sino el rey. ¿Eso dijo? exclamó el duque.

» ¿Has dormido bien? me preguntó. » Muy bien respondí tan ufana como si fuera verdad. » Luego no has meditado... » Ha sobrado tiempo para todo. » ¡Yo he pasado muy mala noche! » Y debía ser cierto, porque parecía un cadáver; pero, así y todo, dudo que su noche fuera más mala que la mía. Díjela que lo sentía en el alma, y me preguntó, sonriendo a la fuerza: » Y ¿qué has resuelto? » Esperar.

» Pero su hijo de usted ignora díjela yo lo que sucede en mi casa, y no sospecha todo lo que puede suceder.