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¿Pero qué amor es ese?... un amor de dos horas. ¡Ay, don Francisco! en dos horas... menos aún, en el punto en que la vi... ¿Luego la habéis visto? . ¿Dónde? Perdonad, no me pertenece el secreto. Guardadle, pues; pero entendámonos: ¿decís que habéis visto á esa dama? Dadme sus señas. No puedo daros seña alguna, porque fué tal el efecto que me causó su hermosura, que cegué.

Currita pareció quedarse sorprendida, casi espantada, y paseando por todo el auditorio sus claros ojos admirablemente azorados, dijo con el tonillo lastimero de una niña a quien amenazan con azotes: Pero entendámonos... ¿Qué es lo que ustedes saben?... Que estás nombrada camarera mayor de la Cisterna dijo Isabel Mazacán con todos sus bríos. Currita pensó desmayarse.

Pero entendámonos, niña mía añadió la vizcondesa ; si consigo expedirlo para Chicago, ¿puedo estar segura de que encontrará buena acogida por su parte de usted, no es eso?

Y ¿qué iba usted buscando en esos planes, señor y amigo mío? ¿el bien de su hija o el bien del otro?... Entendámonos: dando por hecho que yo tengo noticias de esos planes, porque ciertas cosas no se pueden ocultar. Concedido, y me parece ociosa la pregunta de usted. ¿Qué otro bien he de perseguir en esos planes, sino el bien de mi hija?

¿Que sabéis...? ¿Os ha dicho ese joven...? No, por cierto; es callado y firme como una piedra; pero yo he adivinado... es más, tengo pruebas... es un secreto terrible... y si para ello me llamáis... entendámonos completamente. Explicáos con claridad dijo doña Clara con la mayor reserva. Su majestad tiene disculpa... ¿Nos puede escuchar alguien?

Pocas cosas encuentro yo más divertidas que la conversación de usted, y además siempre aprendo algo y gano oyéndole hablar. Yo soy ignorante, casi cerril; pero el amor propio no me engaña, me parece que no soy tonta. Comprendo, pues, y aprecio el agrado y valor que tienen sus palabras. Entonces, ¿cómo es que no me quieres? Entendámonos. ¿De qué suerte de quereres se trata? De amor.

Usted tiene dos cuartillos de ginebra entre pecho y espalda y yo otros dos... o algo más añadió haciendo un número prodigioso de guiños. ¡No es eso, señor barón, no es eso! ¡Entendámonos de una vez, porra! Aquí ya no hay barones ni frailes exclamó el noble en un arrebato de buen humor alzándose de la silla.

Y una voz interior severa y algo pedantesca gritaba después de todo aquello: «Pero entendámonos, aunque don Carlos tuviera razón, aunque Dios sea más grande, más bueno que todo lo que pudieran decir y pensar los libros de los hombres, no por eso perdona los pecados de que la conciencia acusa a todos. Don Álvaro estará prohibido, sea Dios como sea. El mal es el mal de todas suertes.

Está bien, Juanita dijo . Iré en tu compañía y te prestaré mi auxilio. Muy fina prueba de mi amistad te daré con esto, porque yo también puedo comprometerme. Entendámonos repuso Juanita . Yo no quiero tu auxilio. ¿Qué mérito tendría entonces mi victoria? no te comprometerás, porque te quedarás escondida y nadie sabrá que has estado en mi casa.

El conde volvió a tomar la baraja y se dispuso a echar nueva talla. Alto ahí dijo D. Luis ; entendámonos antes. ¿Dónde está el dinero de la nueva banca de Vd.? El conde se quedó turbado y confuso. Aquí no tengo dinero contestó , pero me parece que sobra con mi palabra.