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El siniestro silencio de aquellas soledades, solo interrumpido por el canto del calao, anunciando las horas del día, con la regularidad de un cronómetro inglés, el aspecto fantástico de aquellas rojas aguas, en las que reproducen sus contornos, los seculares árboles que resguardan aquella maravilla, forman un todo tan imponente y majestuoso, que parece cual si se animasen y tomasen vida y contornos las vertiginosas descripciones que salieron de la divina pluma del Dante.

Mary abrió la puerta y trajo en brazos a un chiquitín, que al verse preso y en presencia mía empezó a llorar y patear, con tal rabia, que tuvo que dejarlo. El torrero tarda le dije yo a Mary. Como está cojo.... ¡Ah! ¿Es cojo? . Esperamos en el despacho. En la pared había un mapamundi, el plano del faro, en papel azul, clavado con tachuelas; un cronómetro y un barómetro.

Pero la generala no se avenía tan bien con el sesgo tranquilo y prosaico que tomaban sus amores; la seguridad, la exactitud de cronómetro de las citas, el amable sosiego que en ellas disfrutaba, la descorazonaron, comenzaron a aburrirla, y en sus adentros le pesaba de que Carmen se hubiese prestado tan gustosa a servirles.

Cuando me encargaba de cualquier comisión, sacaba del bolsillo su enorme cronómetro. Tiene usted que llevar estas letras a la presentación. Después debe usted pasar por casa de Ricardo y ver si le quiere dar algún dinero, a cuenta de las cincuenta cajas que se llevó el mes pasado. Son las diez y treinta y cinco.

Sin embargo, cuando miré mi cronómetro y vi que faltaba un cuarto para las dos, en el acto quedó descartada de mi mente la idea de que los sirvientes no estuvieran ya descansando. De pronto, en la pieza que quedaba debajo de la mía, claramente un ruido lento, áspero y desapacible. Luego, todo volvió a quedar en silencio.

La presentación que hacen al cura la llaman el paghaharap, y con este nombre se da una fiesta, que se repite la víspera de la unión, con el nombre del casalan, la que dura hasta la hora de ir á la iglesia. En todos estos actos hay un ceremonial especial que se repite de unos á otros con la precisión del engranaje de un cronómetro inglés.

Con la puntualidad de un cronómetro se despertaba a media noche, a las tres y a las seis, agitaba los brazos, a modo de alas, y gritaba imitando al gallo y despertando a los otros enfermos. Ahora no se despertó nadie. El enfermo que se imaginaba ser un gallo se durmió de nuevo. Todo quedó otra vez tranquilo.

Reconocía que era hermoso de cuerpo, noble de alma, y culto y rico de inteligencia; que levantaba muchos codos por encima de los galantes frívolos, de los mozos simples y de los viejos verdes que más abundaban a su alrededor; que sentía una lícita y honda complacencia en verse objeto de sus codiciadas atenciones; que le ola con gusto y que se apartaba de él con cierta pena; que después de cada entrevista le duraba su recuerdo largas horas; que se preparaba para la inmediata con mayores precauciones que las de costumbre en parecidos casos, y, por último, que haría cualquier sacrificio por vencerle en el duelo medio empeñado entre ambos, es decir, por arrancarle el secreto de sus intenciones, la primera gota..., vamos, la señal de que el hielo se fundía al calor del... interés que ella le inspiraba; pero ¿no puede sentirse y desearse e intentarse todo esto sin amor? ¿No bastaba el móvil de la curiosidad para que lo sintiera, lo deseara y lo intentara una mujer como ella? ¡Oh!, el amor presenta síntomas bien diferentes de éstos; se nota en algo más profundo y más sensible que la memoria y el discurso; se siente en lo más vivo del corazón, y el de ella no era, hasta la fecha, más que una víscera que funcionaba con la inalterable regularidad de un cronómetro.

Hola, Petra: ¿y tu ama? Duerme todavía, señor duque. Pues ya son las doce dijo sacando su cronómetro . Voy a subir de todos modos. Y pasando por delante de ella, entró en la antesalita ochavada. Despojóse del gabán que la doméstica recibió y se encargó de colgar. Subió al piso principal. El dormitorio donde penetró era un gabinete con alcoba, separados por columnas y una gran cortina de brocatel.

Toda el alma de la niña estaba pendiente del ser querido que respiraba agitadamente a su lado, y sin equivocarse un punto, con la exactitud de un cronómetro, contaba los latidos de su corazón y observaba los movimientos de su pecho. Don Máximo y la señora de Ciudad cuchicheaban en la sala como si se estuviesen confesando.