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...Golpea los aires como el toque funesto Que pide a los vivos las primas para los muertos Cuando un frío ataúd es lo único que queda De la que sonrió a nuestros primeros esfuerzos. S. DELAUNAY, «Ob. inéditas».

En ofrecerle todos los consuelos religiosos que puedan darle los monjes y los capuchinos. En habituarle dulcemente a la vida de la nada, poniéndole bajo los ojos el ataúd que debe recibir su cadáver y el verdugo que debe librarle de esta vida de miseria y de tribulación.

UN HOMBRE. ¡Demonio, qué injusticia! se concede eso a un renegado y se me negaría quizás a . JUANA. Mira, Pepa, los penitentes con el ataúd. PEPA. Detrás va el verdugo ¡Virgen santa! no es feo para ser un verdugo; sólo que está muy pálido. JUANA. Muy sencillo; es el verdugo de Córdoba que viene a reemplazar al nuestro, y como nunca ha matado aquí... pues, claro, se encuentra cohibido...

Tendido en ella como si fuese un enorme ataúd, buscaba con sus débiles ojos los intersticios, y al encontrar uno falto de carena, su alegría le hacía prorrumpir a toda voz en latinajos cantados. Al notar que la barca se movía y ver apoyado en la borda al señor, el viejo tuvo una sonrisa maliciosa, e interrumpió sus cánticos. ¡Hola, don Chaume!... Lo sabía todo.

Si el diablo no nos le cierra, yo mañana y usté otro día, en él hemos de fondear. Quiéralo Dios así repuse desde lo íntimo de mi corazón, pensando en las virtudes de aquel hombre admirable. Dos días después, subía por la cuesta de la Ribera un carro fúnebre conduciendo un ataúd enorme, y seguido de numeroso cortejo.

Y agora debo deciros agregó por fin con voz entrecortada por la emoción que en sus últimos instantes mezclaba vuestro nombre al nombre de Cristo y de Nuestra Señora, doncella santa. Rosa acercose al ataúd. ¿Cómo dudar?

¡Adiós, Pachín!... Ojeda creyó oír un lamento lejano, una voz imaginaria en este chapoteo de las aguas abiertas por el pesado ataúd y que volvieron a cerrarse sobre su remolino de proyectil: «¡Buenos Aires!... ¿Cuándo llegaremos a Buenos Aires?...». El buque avanzó con más velocidad, recobrando su marcha normal. Maltrana había desaparecido. Ojeda y el cura volvieron a la cubierta de paseo.

Tus rosas, poeta, perfuman la vida, la hacen bella y fuerte, ¡toda juventud! y , cruel asceta, nos muestras la vida velando a la muerte junto a un ataud. , poeta, sueñas vagas sensaciones, que pasan risueñas como tus canciones con las que te adueñas de los corazones.

Esta idea me asaltó en aquellos instantes y resuelto á morir á la vista del cielo fuera de aquel ataúd, me puse de pie para salir de la cámara. En aquel instante la campana dió los tres cuartos. La luna debía estar en su carrera visible. La percepción de la campanada se confundió con la visual al barómetro. ¡¡¡Principiaba á subir!!! ¡¡¡Nos habíamos salvado!!!

Severiana entraba y salía. Sus ojos revelaban que había llorado, y también tenía un mantón negro por los hombros. Por un resquicio de la puerta que comunicaba la sala primera con la cámara mortuoria, vio Fortunata los pies de la Dura en el ataúd, y no tuvo ánimo para acercarse a ver más.