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Actualizado: 6 de julio de 2025
Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre sí que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar.
La hija del hombre muerto, linda joven de unos dieciséis años, se ha desmayado al ver caer la primera porción de tierra sobre el ataúd que encerraba el cadáver de su padre. Yo la he auxiliado con un frasquito de sales y ha vuelto en sí; después me la he llevado a mi casa, donde se ha reanimado un poco después de haber tomado unos bizcochos y algo de vino.
Algo le decía ahora con acento imperioso. Le empujaba, y él obedecía automáticamente. Olvidaba las ilusiones de futura felicidad que se había forjado momentos antes, y el ataúd coquetón, aquel féretro de raso blanco y bordados de oro, parecía brillar ante él, como un astro que le iluminase con su camino. Abríase su tapa, mostrando el interior mullido y acolchado como el de una caja de dulces.
Mis palabras mueren ya en mis labios; pero tú oyes la voz de mi corazon y sabes cuanto te amo: hasta el pie de mi ataud entonaré por tí cánticos de gloria y de alabanza.
Yo tenía una cama, señores, y la tengo todavía, una cama de abeto completamente ordinaria, estrecha como un ataúd, de correas, sin colchón de lana ni de plumas; una piel de ciervo por toda cobija, y un jergón al que se le renueva la paja dos veces al año, y que constituye el único lujo.
«Un dia no le ví sobre el collado, «Ni sentado de su árbol á la sombra, «Ni en el bosque, ni arroyo sosegado, «Ni entre el brezal que la pradera alfombra. «En fúnebre ataud al otro dia «Le ví llevar al campo de los muertos: «Llega, y leerás en esa losa fria «El epitafio de sus huesos yertos:»
Parecía dudar entre desafiar el agua o volver a su vivienda. Salió; se perdió el ataúd entre el oleaje de seda y percal obscuro. En el balcón que había sobre la puerta, entre las rejas asomó la cabeza de un perro de lanas negro y sucio: el Magistral lo miró con terror. El faldero estiró el pescuezo, procuró mirar a la calle y se le erizaron las orejas.
Le enviaban muy poco dinero para sus gastos, y llevaba trajes extraños, hacía mucho tiempo pasados de moda. Tenía una confianza absoluta en Pomerantzev, y le rogaba con frecuencia que se cuidase del ataúd cuando ella muriese. Es verdad que el doctor me lo ha prometido; pero no tengo gran confianza; su papel es engañarnos, mientras que usted es de los nuestros.
Efectivamente, aquel castillo de argamasa aislado y obscuro, sin más comunicación con lo exterior que la puerta de entrada, flanqueado con sus cuatro torres coronadas de almenas, semejantes á pirámides de cementerios, parece un gran ataúd. Está estrechamente rodeado de olivos que le cercan apiñados, como para enterrarlo.
La bandera que les servía de ilustre mortaja parecía ponerles fuera de aquella esfera de responsabilidad, de mengua y desesperación en que todos nos encontrábamos. Nada les afectaba el peligro que corría la nave, porque ésta no era ya más que su ataúd.
Palabra del Dia
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