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Y creía que su papel allí no era menos grave e importante que el del muerto. El estaba vivo y lleno de actividad, lo que no era menos interesante, misterioso y grave que estar muerto y yacer en el ataúd.

Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración.

Y la quemaron, y apagaron el fuego con vino, y guardaron las cenizas de Héctor en una caja de oro, y cubrieron la caja con un manto de púrpura, y lo pusieron todo en un ataúd, y encima le echaron mucha tierra, hasta que pareció un monte. Y luego hubo gran fiesta en el palacio del rey Príamo. Así acaba la Ilíada, y el cuento de la cólera de Aquiles. Un juego nuevo y otros viejos

Era mi madre en toda su belleza, menos la de los ojos, pero flotando su mirada al través de la eternidad; mis labios tocaron con cariño y horror aquella frente, ¡aquel ataúd, al volverse a cerrar, guardaba ya mis lágrimas!

Si la caprichosa albúmina fabrica un ataúd, la muerte está cerca. El santo ha perdido mucho tiempo la noche anterior recorriendo á la calladita las casas para dejar juguetes en los zapatos de los chicos; después ha puesto ramos en las ventanas de las mozas; y como éstas son tantas y no es prudente desenojar á ninguna de ellas, el primo de Jesús llega un poco tarde á la iglesia.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Iban a quedarse allí para siempre? y embotado su pensamiento por la fatiga y el vértigo de la desorientación, creían que la noche no iba a terminar nunca, que se apagaría la antorcha y la barca se convertiría en negro ataúd, sobre el cual flotarían eternamente sus cadáveres. Rafael, que iba de espaldas a la proa, vio una luz a su izquierda.

A toda hora atormentábala el temor de que cuando muriese la colocaran en un ataúd demasiado corto, donde no pudiera estirar las piernas. Era muy modesta, suave, de lindo rostro exangüe, como se pinta a las monjas y a las santas. Mientras hablaba, sus largos dedos blancos arreglaban los encajes rotos de su peto.

Al verdugo también se le obliga a permanecer allí, pero por otro motivo; se trata de purificarle por anticipado del homicidio que va a cometer. Todo transcurría, pues, en el orden apetecido; los cirios ardían, los monjes cantaban, el verdugo rezaba, y el ataúd abierto esperaba.

La habitación en que me hospedaron era ancha por la boca, baja y cerrada por el fondo, en forma de ataúd, lo cual revelaba en el arquitecto que construyó la casa ciertos sentimientos ascéticos que no he podido comprobar. La cama igualmente parecía descender en línea recta del lecho que usó San Bruno.

Allí me esperaba la dueña de la casa en su ataúd clavado y entre cuatro cirios. Cerca de ella había una religiosa pasando las cuentas de un rosario. La religiosa me entregó una rama de boj mojada en agua bendita, y yo sacudí gravemente unas cuantas gotas, en señal de bienvenida, sobre el ataúd forrado de lana blanca.