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Pero el elemento principal de orden y moralización que la República Argentina cuenta hoy es la inmigración europea, que de suyo, y en despecho de la falta de seguridad que le ofrece, se agolpa de día en día en el Plata, y si hubiera un Gobierno capaz de dirigir su movimiento, bastaría por sola a sanar en diez años no más todas las heridas que han hecho a la patria los bandidos, desde Facundo hasta Rosas, que la han dominado.

¡Diablo, diablo, diablo! ¿usted cree que tiene una tisis, una tisis? No digo tanto: opino que aún no se halla interesado el pulmón, pero en el momento menos pensado la sangre se agolpa allí, la congestión sobreviene, y... a cada instante se dan casos de ese género.

Aquella reunión inmensa, a la que acude toda la población de la ciudad y la de sus cercanías; aquella agitación, semejante a la de la sangre cuando se agolpa al corazón en los parasismos de una pasión violenta; aquella atmósfera ardiente, embriagadora, como la que circunda a una bacante; aquella reunión de innumerables simpatías en una sola; aquella expectación calenturienta; aquella exaltación frenética, reprimida, sin embargo, en los límites del orden; aquellas vociferaciones estrepitosas, pero sin grosería; aquella impaciencia, a que sirve de tónico la inquietud; aquella ansiedad, que comunica estremecimientos al placer, forman una especie de galvanismo moral, al cual es preciso ceder o huir.

Llegado a Montevideo, sabe que Rivera ha sido derrotado, acaso porque él no estuvo para enredar al enemigo en sus propias maniobras. Toda la ciudad, consternada, se agolpa a su humilde morada de fugitivo a pedirle una palabra de consuelo, una vislumbre de esperanza. «Si me dieran veinte días, no toman la plaza», es la única respuesta que da sin entusiasmo, pero con la seguridad del matemático.

El vértigo, la grandiosidad, lo insondable, lo indefinido; masas de agua que se coloran, que chocan, que ensordecen; abismo que atrae y que fascina; transparentes trombas que se cristalizan, se retuercen, y por último se esparcen en gigantescas cabelleras, cuyos hilos de plata al rozar en la roca se descomponen y se elevan en tenues vapores; millones de preciosos cambiantes con los que se ilumina la granítica cárcel, en la que el Sumo Hacedor guarda una de sus más bellas creaciones; sombras queridas que forja la fantasía envueltas en transparentes encajes de espuma; tiernas evocaciones de otras edades y otros tiempos; gratas reminiscencias de seres amados; consoladoras fantasmas surgidas de las compactas brumas; misteriosos ruidos que suplican, amenazan, suspiran ó maldicen, es lo que instantáneamente se agolpa y embarga nuestros sentidos al llegar al borde de aquel abismo, en cuyo negro fondo truena la grandeza del Dios del Sinaí, recordando á los mortales el terrible Dios ira de los inmutables y eternos fallos.

Á cada paso, al subir una cuesta áspera y corva, Ayela se detenia jadeante, temblorosa; su mano buscaba apoyo en un muro, y de su boca hervoroso se exhalaba el ronco alentar que ahoga y en el comprimido pecho la sangre agitada agolpa. Fatigada, dolorida, llegó al fin á la Almanzora. Desierta la calle estaba, sumida en tinieblas, lóbrega, y al amor no daba amparo en sus rejas silenciosas.

Se vende todo y a vil precio. Hay más todavía: Facundo en persona vende camisas, enaguas de mujeres, vestidos de niños; los despliega, los enseña y agita ante la muchedumbre. Un medio, un real, todo es bueno; la mercadería se despacha, el negocio está brillante, faltan brazos, la multitud se agolpa, se ahoga en la apretura.

Hacia el poniente, en una callejuela entoldada, se aglomeraban, a la sombra, sobre el suelo, las vistosas mercaderías. Un anciano, vendedor de perfumes, aspiraba él mismo sus pomos, fingiendo indecible deleite para tentar a las mozas. Ramiro cruza aquel sitio y advierte algo más lejos un tumulto de curiosos que se agolpa junto a las carnicerías. Alguna gresca de matarifes, alguna muerte se dijo.

Un público heteróclito se agolpa impaciente bajo la gran claridad blanca irradiada por los tres arcos voltáicos que alumbran la fachada del teatro: los automóviles se acercan trompeteando; uno tras otro; los landós se detienen al borde de la acera, y de ellos descienden diligentes mujeres hermosas cubiertas de pieles y de encajes, con la magnificencia de sus cabellos y la nieve de sus gargantas desnudas, aljofaradas de piedras preciosas; mantones plebeyos, capas, boinas, gabanes elegantes y relucientes sombreros de copa, se acercan ó separan, siguiendo esos extraños calofríos que rizan el lomo temblequeante de las multitudes, y al cabo desaparecen por las puertas del teatro; puertas voraces, contraídas en una especie de succión insaciable.