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Y contestando á vuestra pregunta, os diremos que nuestra profesión nos obliga á inventar y ensayar continuamente nuevas suertes, una de las cuales y de las más difíciles y aplaudidas habéis presenciado. Venimos de Chester, donde hemos hecho la admiración de nobles y plebeyos y nos dirigimos á las ferias de Pleyel, donde si no ganamos muchos ducados no nos faltarán aplausos.

Ni por esto andaba desavenida la Condesa con la época en que vivimos, porque percibía claramente que la invasión y encumbramiento de plebeyos astutos venía de muy atrás y no era cosa del día.

Ellas temiendo constantemente por la libertad i por la vida de sus maridos, i ambos pasando sin sus hijos en la mayor amargura los dias de la juventud, i esperando sin el calor i abrigo de ellos otras mayores amarguras para los dias de la vejez: menospreciadas las leyes, recibiendo diariamente insultos i agravios, sin haber quien los castigase, i sin poder vengarlos con sus propias manos: perseguidos así por los reyes, por los obispos i por los magnates, como por los plebeyos: esperimentando los mismos rigores i aun mas que los esclavos: padeciendo todo el peso de una adversa fortuna i sin esperar los beneficios de una próspera: no hallando oidos para sus quejas, favor para sus riesgos, alivio para sus males, consuelo para sus aflicciones, piedad para sus infelicidades, i reparo i enmienda para sus daños; i por último viéndose en todo tiempo i lugar i por todo linaje de gentes, tratados con opresion, con desprecio, con odio i hasta con vilipendio.

No creo que pudiéramos acometer empresa más grata para la Santa Virgen, excelsa patrona de Aquitania. Ni más aceptable para todo español. En tal empresa cuente Vuestra Alteza con el apoyo absoluto de nobles y plebeyos, así en León y Castilla como en Asturias, Navarra, Mallorca y Aragón. Y aun para perseguir á los moros allende el mar y combatirlos en sus guaridas del África y de Oriente.

Los hombres cuyos padres y hermanos habían peleado como leones en Crécy y Poitiers y visto estrellarse lo más florido de la caballería europea contra los muros de hierro que formaban los plebeyos disciplinados de Inglaterra, no concebían que un gran señor pudiese infundirles temor y mucho menos respeto. El poder había cambiado de manos.

El baile se animaba, la maledicencia y los recelos ridículos de la etiqueta fría e irracional de nobles y plebeyos codeándose, dejaban el puesto a otros vicios y pasiones.

Indudablemente, detrás de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el chueta, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros.

Desde la Asumpcion hasta este pueblo, segun la cuenta de los astrónomos, hay 372 leguas: allí estuvimos veinte dias, y al fin de ellos llegó una carta de Lima, ciudad del reino del Perú en la cual vivia, y era virey ó presidente, el Licenciado de la Gasca, que es aquel por cuya órden fué degollado Gonzalo Pizarro con otros, nobles y plebeyos, y otros condenados á galeras.

Tanto hizo Alejandro, que Graciana, después de bailar con él la última galopa con un ímpetu y un entusiasmo indescriptibles, consintió en ir a cenar, no por cierto unas ostras con Sauterne, sino unas suculentas costillas de chancho, apoyadas por una copiosa taza de café con leche, con pan y manteca, que sirvieron para corregir la vacuidad incómoda, que todos los estómagos, ya sean plebeyos o aristocráticos, sienten a las tres de la mañana después de una noche de baile.

El deleite que de la posesión nace en ambos no puede ser más subido. Y con todo eso, la dicha de ambos, de la que el lector se penetra, se envuelve en discretísimo y limpio velo, sin que el autor descubriéndola la profane. Los pormenores eróticos los guarda el autor y los emplea para las escenas, citas y encuentros de los secundarios y plebeyos amantes; de Parmeno y Areusa, por ejemplo.