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Durante su sueño el vecindario había tapiado todos los huecos y salidas, y el chueta tuvo que salvarse por el tejado, entre las risotadas de la gente, que celebraba su obra. Esta broma sólo era a guisa de advertencia; si persistía en ir contra las costumbres del pueblo, alguna noche despertaría entre llamas.

Ella, la infeliz muchacha de «la calle», la chueta, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso de un odio tradicional, visitaría estas ciudades, se mezclaría en los desfiles de riqueza, tendría francas las puertas que había contemplado siempre cerradas, y entraría por ellas apoyándose en el brazo de un hombre que le había parecido siempre la representación de todas las grandezas terrenales.

Aquel hombre venía por ella, y su padre era el primero en aceptar este deseo. ¡Cosa hecha!... Era un Febrer, y ella iba a decirle «». Recordó sus años infantiles en el colegio, rodeada de niñas más pobres que aprovechaban todas las ocasiones para molestarla, por envidia a su riqueza y por un odio aprendido de sus padres. Era la chueta.

puedes ser mi amigo, el amigo del chueta Pablo Valls, al que ves en el café, en el Casino, y que además tienen las gentes por medio loco. ¡Pero casarte con una mujer de mi familia!...

Ahora a estarse quieto continuó Valls . Permaneceré aquí hasta que nos vayamos juntos a Palma. Ya me conoces... Yo lo todo; yo lo arreglo todo... ¿Eh? ¿me explico?... El chueta guiñaba un ojo y reía maliciosamente, seguro de su habilidad para adivinar los deseos de los amigos. ¡Famoso capitán!

Tal vez hasta lo del casamiento era mentira... No, madó. Me caso con una chueta... Me caso con la hija de don Benito Valls. Para eso iré hoy a Valldemosa. La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento tímido con que susurró tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Quedó ésta con la boca abierta, los brazos caídos, sin fuerzas para levantar las manos ni los ojos.

En vano se habían hecho revoluciones en España y aclamado leyes liberales que reconocían la igualdad de todos los españoles; el chueta, al pasar a la Península, era un ciudadano como los otros, pero en Mallorca era un réprobo, una especie de apestado, que sólo podía emparentar con los suyos.

Clapés, recordando sus consejos de la noche anterior, apretó satisfecho la mano de Jaime. ¡Se acabó lo de la chueta!... Su alma de payés se alegraba de esta solución. Haces bien en irte. Lo otro... lo otro era una locura. Segunda parte

Pablo Valls no le escribía porque estaba enfadado con él. ¡Marcharse sin avisarle!... Pero era un buen amigo y se ocupaba en desenmarañar sus asuntos. Tenía para esto una habilidad diabólica. ¡Al fin, chueta!... Ya le daría más noticias.

Te casas... te casas con... una chueta. Le costó un esfuerzo soltar la palabra, se estremeció al decirla. Luego de esto reinó en el salón un largo silencio, uno de esos silencios trágicos y absolutos que siguen a las grandes catástrofes, lo mismo que si la casa acabara de venirse abajo, extinguiéndose el eco del último muro derrumbado.