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Y aquel dolor de vivir sin cariño, y sin derecho para inspirarlo ni aceptarlo, puesto que estaba ligado a una mujer a quien no amaba; aquel dolor que no dormía, ni tenía paces, ni le quería salir del pecho, y le tenía la fantasía como apretada por serpientes, lo que daba a todo su música un aire de combate y tortura que solía privarla del equilibrio y proporción armoniosa que las obras durables de arte necesitan; aquel dolor, en un espíritu hermoso que, en la especie de peste amatoria que está enllagando el mundo en los pueblos antiguos, había salvado, como una paloma herida, un apego ardentísimo a lo casto; aquel dolor, que a veces con las manos crispadas se buscaba el triste músico por sobre el corazón, como para arrancárselo de raíz, aunque se tuviera que arrancar el corazón con él; aquel dolor no le dejaba punto de reposo, le hacía parecer a las veces extravagante y huraño, y aunque por la suavidad de su mirada y el ardor de su discurso se atrajese desde el primer instante, como un domador de oficio, la voluntad de los que le veían, poco a poco sentía él que en aquellos afectos iba entrando la sorda hostilidad con que los espíritus comunes persiguen a los hombres de alma superior, y aquella especie de miedo, si no de terror, con que los hombres, famélicos de goces, huyen, como de un apestado, de quien, bajo la pesadumbre de un infortunio, ni sabe dar alegrías, ni tiene el ánimo dispuesto a compartirlas.

En seguida, levantándose de la silla y fingiendo un enojo implacable, agregó: ¡Vade retro! ¡vade retro! señor hipócrita, señor apestado, señor brujo, leña de Satanás! Sépase el galancete que su alma están en propincuo peligro de perdición, si es que ya no la tiene vendida al infierno, y que a no existir el secreto sacramental sería entregado aquí mismo a los familiares del Santo Oficio.

Conformes observó don Adrián abriendo mucho los ojillos y la boca, como si le sorprendiera la gravedad del ejemplo . Conformes, señor don Alejandro: no querría mal a ese amigo... inficionado, eso es, apestado, mejor dicho, por alejarle de mi familia; no, señor: medida prudente y de conciencia... de conciencia, eso es; pero le advertiría en debida forma... del mejor modo posible, eso es, para que no extrañara, para que no se doliera... En fin, mi señor don Alejandro, entiendo el símil; pero con la debida dispensa de usted, verdaderamente nada me dices sino que por apestados, eso es, por inficionados de algo, se nos han cerrado estas puertas, de repente, a mi hijo y a .

Pero comprendí que estos amigos y estas amantes no merecían ni aun los honores de la farsa. Acabé por hastiarme y pensé en el suicidio. El hastío es la modorra del espíritu, su condensación, su no hay más allá; su mortaja, su ataúd, su pulvis es. Un hombre hastiado es un muerto que anda; un muerto que en vez de apestar a los vivos es apestado por ellos. Me decidí por el suicidio.

Encontró ladrones; pero no ladrones de buen tono, no ladrones fashionables como José María, que parecía una ascua de oro, montado en su brioso alazán. Eran ladrones de poco más o menos: pedestres, comunes y vulgares. Ya sabéis lo que es ser vulgar en Inglaterra. No hay apestado, no hay leproso que inspire a un inglés tanto horror como lo que es vulgar. ¡Vulgar!

Otra vez tuvo que aislarse en la barraca con su familia, vivir en perpetuo vacío, como un apestado, como una fiera enjaulada á la que todos enseñaban el puño desde lejos. Su mujer le había contado al día siguiente cómo fué conducido á su barraca el herido valentón.

En vano se habían hecho revoluciones en España y aclamado leyes liberales que reconocían la igualdad de todos los españoles; el chueta, al pasar a la Península, era un ciudadano como los otros, pero en Mallorca era un réprobo, una especie de apestado, que sólo podía emparentar con los suyos.

Mi alejamiento, que usted convierte en un crimen, es el mismo de todo el mundo. Un infeliz que cae tan bajo, es un apestado del que todos se apartan con horror. Esto no es, acaso, sublime, pero si muy humano. Nadie elige un presidiario por compañero habitual.

Y tiene todos los síntomas de la peste actual, señora observó míster Robert; lo malo está que la botica grande, es decir, los Bancos, no despachan ya. A su sobrino de usted se lo advertí que tuviera cuidado con el contagio... ¿Y yo, señor Robert? he gastado más saliva... Tanto andar con el apestado del primito... Eso es, ¡los amigotes!

En esto se nos acercó un barco que iba a la deriva de una manera desesperada. Nos hizo señales y nos preguntó si teníamos médico; le dijimos que no, y nos pidió quinina. Buscamos en el botiquín del doctor Cornelius, pero no había quinina. Lo único que pudimos enviarles fué unas cajas de . El barco aquél se hallaba apestado.