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Actualizado: 4 de junio de 2025
¡Bueno está eso! -respondió don Quijote-. Los libros que están impresos con licencia de los reyes y con aprobación de aquellos a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente, de todo género de personas, de cualquier estado y condición que sean, ¿habían de ser mentira?; y más llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas, punto por punto y día por día, que el tal caballero hizo, o caballeros hicieron.
«¡Señorito, al Hotel H!..... ¡Señorito, al Hotel B!..... ¡Señorito, á la Fonda X!.....» nos gritaban los commissionnaires et facteurs, ni más ni menos que si acabásemos de llegar á París ó Londres. ¡Bien por Salamanca! exclamamos nosotros. ¡Nobleza obliga! ¡Cuando los Grandes se meten á plebeyos, deben hacer las cosas con este rumbo! No era cosa de equivocarse en punto de tamaña trascendencia.
«¡Qué diablo, alguna había de haber!». Los seductores de la clase media que anhelaban siempre meter la cabeza en la aristocracia, declararon lo mismo: «Ana era invulnerable». Esperará algún príncipe ruso decía Alvarito Mesía, que vivía entre plebeyos y nobles. Alvarito no había dicho nunca a Anita: «buenos ojos tienes». Eran dos orgullos paralelos.
Las únicas profesiones lucrativas eran: la guerra, reservada a los nobles, y la religión para los segundones de los nobles en los beneficios mayores y para los plebeyos en los menores.
De pronto sintióse el galope de un caballo que se detuvo a la puerta de la casa parroquial, y el jinete, sin descalzarse las espuelas penetró en la sala del festín. El nuevo personaje llamábase don Antonio de Arriaga, corregidor de la provincia de Tinta, hidalgo español muy engreído con lo rancio de su nobleza v que despotizaba, por plebeyos, a europeos y criollos.
De esto a pensar que trabajaban secretamente para ello no había más que un paso y con su habitual impetuosidad Tristán lo dio inmediatamente. ¡Claro! Los títulos nobiliarios ejercen siempre fascinación sobre los plebeyos. Era necesario vivir prevenido. Lo estaría. Cuando se hubieron cansado de valses y mazurcas, salieron al patio.
Relacionaba las confesiones de unos con las de otros, y poco a poco había ido haciendo el plano espiritual de Vetusta, de Vetusta la noble; desdeñaba a los plebeyos, si no eran ricos, poderosos, es decir, nobles a su manera. La Encimada era toda suya; la Colonia la iba conquistando poco a poco.
Muy temprano, en la mañana del día en que el nuevo Gobernador había de ser elegido por el pueblo, fueron Ester y Perla á la plaza del mercado, que ya estaba llena de artesanos y otros plebeyos habitantes de la ciudad en número considerable.
La muchedumbre encontró la fiesta muy de su gusto. El toreo se hizo democrático al convertirse en una profesión. Los caballeros fueron sustituidos por plebeyos, que cobraban al exponer su vida, y el pueblo entró en masa en las plazas como único señor, dueño de sus actos, pudiendo insultar desde las gradas a la misma autoridad que le inspiraba terror en la calle.
No quiere esto decir que las reinas yerren con más frecuencia que los reyes, los cuales, aunque de origen divino, pocas veces tienen la divina gracia del acierto humano. Sólo quiero establecer que el juego de las influencias dentro de los matrimonios, reales o plebeyos, es siempre el mismo, aunque sus consecuencias, claro está, son muy distintas en trascendencia histórica.
Palabra del Dia
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