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Pero había oído decir que algunas mujeres cobraban al morir inolvidable belleza. Comprendió entonces la virtud santa del fuego, la destrucción sin igual de la hoguera, que no dejaba sino un negro amasijo, repelente.

22 Y estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del hombre será entregado en manos de hombres, 23 Y le matarán; mas al tercer día resucitará. 24 Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Y entrando él en casa, Jesús le habló antes, diciendo: ¿Qué te parece, Simón?

Los fenicios, que difundían con sus navegaciones las primeras obras de la civilización, se cobraban este servicio llenando sus barcos de mujeres raptadas, mercancía rica y de fácil transporte.

Los guitarristas colocaban sus posaderas en cráneos de caballo; una parte del público se dejaba caer en el suelo al sentir cansancio, y al mismo tiempo, en la anaquelería, detrás del mostrador, se renovaban todas las semanas las filas de botellas de champaña. Cuando los jornaleros cobraban su quincena, el Gallego tenía que atender á las más disparatadas orgías.

Pero el pasado no había muerto por completo. De vez en cuando, los pensamientos que en otro tiempo parecían tan vitales y tan activos, pero que se habían entregado al reposo de la manera más tranquila del mundo, cobraban vida y vigor. Una de las ocasiones en que mis hábitos de otros días renacieron, fué la que dió margen á que ofrezca al público el bosquejo que estoy trazando.

Cerca de la torre del Oro hay un muelle que mandaron construir los canónigos, cuando se edificaba la catedral, para el cómodo desembarco de los materiales de la obra, y en él cobraban un muellaje de todos los que allí desembarcaban. Don Pedro, apurado de dinero, hizo uso de estos fondos en calidad de empréstito forzado.

La muchedumbre encontró la fiesta muy de su gusto. El toreo se hizo democrático al convertirse en una profesión. Los caballeros fueron sustituidos por plebeyos, que cobraban al exponer su vida, y el pueblo entró en masa en las plazas como único señor, dueño de sus actos, pudiendo insultar desde las gradas a la misma autoridad que le inspiraba terror en la calle.

Moriría uno cada mes: iban a pegarles sus enfermedades. ¿Y con qué derecho estaban en la catedral si no cobraban sueldo alguno de la Obrería? Tales hediondeces debían quedarse fuera de la casa del Señor. Su suegra se indignaba. ¡Calla, ladrón de santos decía ; calla, o te tiro un plato! Todos somos hijos de Dios, y si las cosas fuesen derechas, los pobres debían vivir en la catedral.

Sus amarillas ropas de infamia cubiertas de rojos pintarrajos absorbían la lumbre del poniente y cobraban sobre ella un esplendor bárbaro y fatídico. Hubiérase dicho la sacerdotisa de algún espantoso culto de inmolación y de éxtasis pronta a arrojar su sagrado cuerpo a las llamas.

Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines.