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«No quiero incomodarme, no quiero alzar tampoco la voz dijo doña Lupe levantándose de su asiento , porque no se entere ese desventurado». Salió un momento con objeto de cerrar puertas para que no se oyera la gresca, y a poco volvió al gabinete, diciendo: «Se ha quedado dormido. Si te parece, haz bulla para que no descanse el pobrecito. Te estás portando... ¡Silencio!».

Más de una vez sintió las cosquillas de aquella rabietina infantil que le entraba de sopetón, y daba patadillas en el suelo y tenía que refrenarse mucho para no irse hacia él y tirarle del pelo diciéndole: pillo... farsante, con todo lo demás que en su gresca matrimonial se acostumbra.

Andaban éstos en pandillas retozando por la romería, riendo, gritando, sin querer tomar parte en los bailes, como si otra vez tuviesen gana de gresca. En medio del campo, en el espacio más abierto, se había formado una gran danza, los hombres á un lado, las mujeres á otro, unos y otros cogidos por el dedo meñique. Cantaban una antigua balada asturiana.

Nunca supe yo que Bartolo se haya escondido. Los paisanos prorrumpieron en grandes carcajadas. ¡Siempre, siempre! dijo Firmo con ímpetu. En la romería del Obellayo se acurrucó en una mata de zarza y allí se estuvo mientras hubo palos. Ayer noche, al comenzar la gresca, buscó la puerta de su casa y se trancó.

No hay un solo mozo en la parroquia de Entralgo que no esté en fe de que si vosotros hubierais entrado en la gresca no se hubieran reído de nosotros. Porque, te lo digo en conciencia, te lo digo en verdad, los de Fresnedo y Riomontán sois la nata de Villoria, y , Nolo, vales más que ninguno de ellos. ¿Qué respondiste , valeroso Nolo, á tan hábil y halagüeño discurso?

Violentos murmullos interrumpieron el discurso, que no pudo reanudarse: los frailes dejaron sus asientos y se arremolinaron por grupos, voceando y gesticulando sin hacer más caso del Superior que de la carabina de Ambrosio; los de un corrillo pasaban á otro, como consultándose mutuamente; la confusión y el tumulto crecían por instantes; el Superior, turbado ante aquella especie de motín, no sabía qué hacerse; hasta que, por último, dominando toda la gresca y baraúnda, se oyeron las voces de «¡Silencio! ¡Callad! ¡Que hable el P. Procopio! ¡Silencio

Las dos señoras aquellas salieron a la escalera pidiendo socorro. Gracias que las oficialas sujetaron a la fiera en el momento en que clavaba sus garras en el pelo de la víctima, que si no, allí da cuenta de ella. Sujetada por tantas manos, Fortunata hizo esfuerzos por desasirse y seguir la gresca; pero al fin el número, que no el valor, venció su increíble pujanza.

No volverás á tener otro tan majo, Bartolo. Me alegro de que haya sido mentira lo que me dijeron. ¿Qué te dijeron? preguntó un poco turbado el valiente. Que la tía Jeroma te había llevado por las orejas á casa antes de comenzar la gresca. ¿Quién dijo eso, puño? Suéltalo en seguida, porque quiero meterle estos cachos del garrote por los dientes exclamó hecho una furia el hijo de la tía Jeroma.

Hacia el poniente, en una callejuela entoldada, se aglomeraban, a la sombra, sobre el suelo, las vistosas mercaderías. Un anciano, vendedor de perfumes, aspiraba él mismo sus pomos, fingiendo indecible deleite para tentar a las mozas. Ramiro cruza aquel sitio y advierte algo más lejos un tumulto de curiosos que se agolpa junto a las carnicerías. Alguna gresca de matarifes, alguna muerte se dijo.

De consiguiente, con corazones contentos y con la íntima convicción de creerse empleados de utilidad y provecho, á lo menos en beneficio propio, si no en el de nuestra amada patria, estos santos varones continuaron desempeñando, nominalmente, en realidad de verdad, sus varios empleos. ¡Con qué sagacidad, auxiliados por sus grandes espejuelos, dirigían una mirada al interior de las bodegas de los buques! ¡Qué gresca armaban á veces con motivo de nimiedades, mientras otras, con maravillosa estupidez, dejaban pasar por alto cosas verdaderamente dignas de toda atención!