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Aconteció lo mismo en tres días consecutivos: acechando Cervantes a doña Guiomar, entreviéndole ella un momento, y enamorándose ambos más y más a cada vez que se entrevían, hasta que al fin Miguel, no pudiendo ya guardar en su pecho el volcán amoroso que en él, abrasándole, se alimentaba, juntó a sus amigos, pidió le acompañasen con sus guitarras, compuso el soneto que ya se conoce, y aquella noche se fue a cantarle bajo los balcones de doña Guiomar, sobreviniendo por esto lo que ya se ha relatado.

Y en aquel momento, como si quisieran probar aquellas amables criaturas que llevar siempre la contra es el rasgo peculiar del sexo, callaron todas de repente, siguiéndose un silencio profundo, un calderón prolongadísimo de cerca de un minuto, seguido, a su vez, de un allegro alborotado, un crescendo inverosímil, rápido y vivace... Algo gordo sucedía, y el respetable Butrón y el filosófico Pulido acudieron al punto muy azorados a sus respectivos observatorios... Entraba la condesa de Albornoz, con aquel paso de que habla Virgilio, que revela una reina o una diosa, inclinando la cabeza con el aire de vanidad satisfecha de aquel emperador romano que encogía la suya al pasar bajo los arcos de triunfo, por miedo de tropezar en ellos con la frente; seguíala la marquesa de Valdivieso, una de las cómodas amigas de fácil contener que traía ella siempre a retortero para que la acompañasen como damas de honor, sirviendo, según su frase, de marco a su elegancia.

Hay necesidad de parar a cada momento, de hacer señales, para evitar un choque... ¡Cosa pesada! Luego invitó a los dos amigos a que lo acompañasen en su visita a las máquinas del buque. No quería desembarcar sin conocer el alma de este hotel flotante en el que había vivido quince días.

Ya en esto, el cura se había concertado con los cuadrilleros que le acompañasen hasta su lugar, dándoles un tanto cada día. Colgó Cardenio del arzón de la silla de Rocinante, del un cabo la adarga y del otro la bacía, y por señas mandó a Sancho que subiese en su asno y tomase de las riendas a Rocinante, y puso a los dos lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas.

Damián Arias de Peñafiel fué un eminente artista dramático de su época, de quien dice Caramuel que tenía voz clara y harmoniosa, una memoria excelente y una acción animada y expresiva, pareciendo como si las gracias acompañasen á los sonidos articulados por su lengua, y Apolo á sus gestos y al movimiento de sus manos . La fama de que disfrutó fué tan grande, que los mejores oradores de Madrid aprendieron de él el arte de hablar, y era tanto el entusiasmo que movía, que D. Luis de Benavente dice de él, en uno de sus entremeses, lo que sigue: Que en ocupando el teatro Arias, compañero nuestro,

Todas, pues, se dieron el parabién de que León Hebreo no hubiera sido gravemente ofendido. El Rey, no sin meditar para mejor ocasión algo en desagravio y obsequio de León Hebreo, hizo que, por lo pronto, dos de su guardia de a pie le acompañasen y le escoltasen hasta su posada.

Estas noticias le avivaron el deseo de registrar aquel país y conocer á sus naturales; y así, no haciendo caso del riesgo de perder la vida, animó y exhortó á algunos de sus neófitos á que le acompañasen.

En virtud pues del beneplácito de estos indios, é inmediatamente despues de haber recibido tan favorable nueva, mandó el Padre provincial á los hermanos José Bermudo y Julian de Aller que acompañasen á Juan de Soto que regresaba á Moxos.

E luego comienza la razon é haze su salutacion á nuestra señora, por é por las virtudes, diziendo que, aunque desde el dia en que nuestra Señora nascio tenia cumplimiento de todas las virtudes; que al presente dios las embiara para que la acompañasen é sirviesen, é para que todas por su mano las repartiese por los pecadores.

A las once de la noche se vio Ojeda dentro de un automóvil camino de la estación del Norte, pasando por calles solitarias y dormidas, en las que empezaban a estacionarse los serenos. No había querido que le acompañasen su hermana y su cuñado, evitándose así las últimas expansiones familiares. Cerca de la estación vio, al doblar una esquina, el Teatro Real. ¡Adiós, recuerdos! ¡Adiós, María Teresa!