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Tendrías que cantarle el motivo. Se lo cantaré... vaya. Bonita escandalera armarías... Nada, hija, que la trampa te la ponen donde quiera que vayas, y ¡pum!... ídem de lienzo. Pues ea... no me casaré dijo la novia en el colmo ya de la confusión. ¡Quia! Por tonta que te quieras volver, no harás tal... ¿Crees que esas brevas caen todos los días?

La capilla mayor antigua se habia destinado á la imágen maravillosa de Villaviciosa, y en ausencia de esta se colocaba allí otra de nuestra Señora. Ahora se aplicó á una imágen de la Concepcion Inmaculada, y se determinó que todos los sábados despues de completas fuese el coro á cantarle una antífona y oracion.

Soy mademoiselle Déjazet dijo la actriz, y como usted no puede ir á verme al teatro, vengo á cantarle la canción de Bérat, esa canción que usted ha inspirado y que ya conoce todo París. Acomodáronse los dos sobre un banco, y en el encanto verde y plata del jardín, la voz de la Déjazet vibró cristalina: Enfants, c'est moi qui suis Lisette, la Lisette du chansonnier...

Pero Tristán volvió los ojos hacia su esposa y le clavó una larga mirada de amor apasionado y tierno. Ella bajó la suya. El joven le tomó una de sus manos, la llevó a los labios y en voz queda comenzó a cantarle al oído el himno del amor acompañado de los chasquidos del látigo y del tintineo de los cascabeles. Era Tristán elocuente, poseía una imaginación viva.

No había uno que supiera darle cuerda. No daba una sola nota. Y la Muerte seguía mirando al emperador con sus ojos huecos y fríos, y en el cuarto había una calma espantosa, cuando de pronto entró por la ventana el son de una dulce música. Afuera, en la rama de un árbol, estaba cantando el ruiseñor vivo. Le habían dicho que estaba muy enfermo el emperador, y venía a cantarle de fe y de esperanza.

Esto de la humildad era cosa que no cesaban de cantarle al oído en la villa. Cuantos le tropezaban en la calle y se dignaban ponerle paternalmente la mano sobre la cabeza, le decían: ¡Cuidado con ser humilde! obediente y sumiso con las señoras que te han recogido por caridad, ¿entiendes?... por caridad.

300 Yo también tuve una pilcha que me enllenó el corazón, y si en aquella ocasión alguien me hubiera buscao, siguro que me había hallao más prendido que un botón. 301 En la güeya del querer no hay animal que se pierda- las mujeres no son lerdas, y todo gaucho es dotor si pa cantarle al amor tiene que templar las cuerdas. 302 ¡Quién es de una alma tan dura que no quiera una mujer!

Aconteció lo mismo en tres días consecutivos: acechando Cervantes a doña Guiomar, entreviéndole ella un momento, y enamorándose ambos más y más a cada vez que se entrevían, hasta que al fin Miguel, no pudiendo ya guardar en su pecho el volcán amoroso que en él, abrasándole, se alimentaba, juntó a sus amigos, pidió le acompañasen con sus guitarras, compuso el soneto que ya se conoce, y aquella noche se fue a cantarle bajo los balcones de doña Guiomar, sobreviniendo por esto lo que ya se ha relatado.