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En los dramas en que la muchedumbre llega rugiendo a las puertas del palacio y amenaza saquearlo, nadie como él para hacer mucho ruido con poca gente; una docena de comparsas le bastaban para poner en sobresalto a la familia real; a uno le hacía gritar continuamente ¡esto no se puede sufrir!, a otro le mandaba exclamar sin punto de reposo, ¡mueran los tiranos!, a otro, ¡abajo las cadenas!, etc., etc., todo en un crescendo perfectamente ejecutado, que infundía pavor no sólo en el corazón del tirano sino en el de todos los que se interesaban por su suerte.

¿Si será cierto que la india podrá llegar al paroxismo del amor, á la idealidad del querer, á la poética fusión de dos almas, á parodiar á Julieta, á sacrificar su vida, á morir en fin, de amor? Muere también dijo Quico, interrumpiendo mi crescendo. ¡Que muere has dicho! Muere, señor contestó aquel con esa gravedad cómica del indio.

Fueron en crescendo, hasta que, llegando al citado pasaje, una exclamación de horror me cortó la palabra y me hizo suspender la lectura. Cantarranas estaba nervioso, y la poetisa se abanicaba con furia, ciega de enojo y hecha un basilisco. No si he dicho que una de las cuatro personas de mi auditorio, era una poetisa. Creo llegada la ocasión de describir á esta ilustre hembra.

Pasaban días y días sin que la cobranza se abriese, y las pobres mujeres, tímidamente al principio, después en voz alta y angustiosa, preguntaban a las maestras: «Y luego, ¿cuándo nos darán los cuartos?». Fue en crescendo el run run y se convirtió en formidable marejada.

Y en aquel momento, como si quisieran probar aquellas amables criaturas que llevar siempre la contra es el rasgo peculiar del sexo, callaron todas de repente, siguiéndose un silencio profundo, un calderón prolongadísimo de cerca de un minuto, seguido, a su vez, de un allegro alborotado, un crescendo inverosímil, rápido y vivace... Algo gordo sucedía, y el respetable Butrón y el filosófico Pulido acudieron al punto muy azorados a sus respectivos observatorios... Entraba la condesa de Albornoz, con aquel paso de que habla Virgilio, que revela una reina o una diosa, inclinando la cabeza con el aire de vanidad satisfecha de aquel emperador romano que encogía la suya al pasar bajo los arcos de triunfo, por miedo de tropezar en ellos con la frente; seguíala la marquesa de Valdivieso, una de las cómodas amigas de fácil contener que traía ella siempre a retortero para que la acompañasen como damas de honor, sirviendo, según su frase, de marco a su elegancia.

Cuando hay su más ó su menos, un momento de reposo ó un crescendo, en fin, alguna variación, el alma y los sentidos encuentran un no qué, que calma, que distrae, que responde á la imperiosa necesidad de la variedad. Mas, en la presente ocasión, fueron cinco días con sus noches, sin tregua, sin aumentar ni disminuir, siempre la misma furia y sin la menor variedad en lo horrible del cuadro.