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Mi criado que me ayudaba á vestir, se quedó mirándome con esa gravedad del que trata de investigar una cosa que no comprende, y por último me dijo no entiendo, señor. Digo, mi buen Quico, si crees, por ejemplo, que una india pueda llegar á ponerse muy flaca, muy pálida y muy mala, en puro querer á un hombre. Puede más, señor. ¡Caramba! Puede más. Seguro, más.

¿Ves, Quico? decía Camaroncocido; la mitad de la gente viene por haber dicho los frailes que no vengan, es una especie de manifestacion; y la otra mitad, porque se dicen: ¿los frailes lo prohiben? pues debe ser instructivo. Créeme, Quico, tus programas eran buenos, ¡pero mejor es aun el Pastoral y cuenta que no lo ha leido nadie!

Era el famoso Quico Bolsón, el héroe del distrito, un roder con treinta años de hazañas, al que miraba la gente joven con terror casi supersticioso, recordando su niñez, cuando las madres decían para hacerles callar: «¡Que viene Bolsón!» A los veinte años tumbó a dos por cuestión de amores; y después al monte con el retaco, a hacer la vida de roder, de caballero andante de la sierra.

Si Camaroncocido era rojo, él era moreno; aquel siendo de raza española no gastaba un pelo en la cara, él, indio, tenía perilla y bigotes blancos, largos y ralos. Su mirada era viva. Llamábanle Tío Quico y, como su amigo, vivía igualmente de la publicidad: pregonaba las funciones y pegaba los carteles de los teatros.

Adiós, querido Quico dijo estrechando la mano del roder . Calma, que pronto saldrás de penas. Que estén buenos tus chicos: y dile a tu mujer que aún recuerdo lo bien que me trató cuando estuve en vuestra casa.

La una se alzaba en el torreón de la iglesia, la otra en la puerta de un almacén de depósito. La religión llamaba al cristiano, el trabajo convocaba al obrero. Aquel pueblo se despertaba á la voz de la fe y á la voz del trabajo. ¡¡Sacrosanto lenguaje, que hace feliz á todo el que comprende!!.... Quico quedó en el encargo de recoger los equipajes.

Amigooó, ¿crees tuuú, preguntó inquieto Tío Quico, que por la competencia del P. Salví en adelanteee se supriman mis funcioneees? Puede ser, Quico, puede ser, contestó el otro mirando hácia el cielo; el dinero empieza á escasear... Tío Quico murmuró algunas palabras y frases incoherentes; si los frailes se meten á anunciadores de teatro se metería él á fraile.

Quico, repuso en voz cavernosa, si te dan seis pesos por tu trabajo, ¿cuánto darán á los frailes? Tío Quico con su vivacidad natural levantó la cabeza. ¿A los frailes? ¡Porque has de saber, continuó Camaroncocido, que toda esta entrada se la han procurado los conventos!

Aquello le olía mal. ¡Bolsón, aún era tiempo! A bajar en seguida; a huir por entre los campos hasta ganar la sierra. Si nada iba con él, podía volver por la noche a casa. , siñor Quico, decían las mujeres asustadas. Pero el siñor Quico se reía del miedo de aquellas gentes. Arrea, tartanero... arrea.

¿Si será cierto que la india podrá llegar al paroxismo del amor, á la idealidad del querer, á la poética fusión de dos almas, á parodiar á Julieta, á sacrificar su vida, á morir en fin, de amor? Muere también dijo Quico, interrumpiendo mi crescendo. ¡Que muere has dicho! Muere, señor contestó aquel con esa gravedad cómica del indio.