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Ya solo, el artista tuvo un momento de horrible duda. Inmóvil, petrificado, veía delante de la mesa, y sobre la mesa la carta. Por fin marchó hacia aquélla, con paso de autómata, con paso de estatua. Tomó en sus manos los fatídicos renglones, titubeó todavía, hizo un movimiento como para rasgar la carta; después, con brusca decisión, la desplegó y la leyó.

El joven parecía petrificado; miraba la tumba como si hubiera querido volver a abrirla con los ojos, y el viento le subía el cuello de la capa militar por arriba de las orejas. El pastor le palmeó suavemente el hombro: Señor barón, ¿quiere permitirle a un viejo que le dirija algunas palabras?

Echó una mirada de venganza sobre Mathys, que estaba como petrificado; después lanzó un grito de desesperación, y dejó caer la cabeza sobre la mesa ocultando la cara con la mano. Madre, ¿qué ha sucedido? ¿qué peligro os amenaza? preguntó la joven de rodillas, dominada por el miedo y la piedad. Pero una voz conocida le provocó otra emoción.

Yo tengo otro: para la esposa que olvida sus deberes, el desprecio y el olvido; y para el pedazo de nuestras entrañas que huye, el amor, el apoyo, la dulzura, hasta lograr que vuelva a nosotros... Esteban, estamos separados por nuestras creencias; un montón de siglos se alza entre nosotros; pero eres mi hermano, me quieres y te quiero, sabes que sólo deseo tu bien, que llevo como ese apellido de familia que en tanto estimas, que amé a nuestros pobres padres como pudiste amarlos, y en nombre de todo esto te digo que esta situación debe acabar, que no debes vivir insensible y petrificado en lo que llamas tu dignidad, sin que te turbe el recuerdo de una hija tuya que rueda por el mundo como un guiñapo.

Como si toda la pasión acumulada y oculta en tantos años brotara en ella de una vez con violenta sacudida, exclamó con fuerza: ¡Necio!, ¿no ves que te adoro? Lázaro quedó petrificado. La dama había hablado con toda la expresión de la verdad humana; se había revelado en un solo esfuerzo y del modo más categórico.

El P. Gil, que escuchaba petrificado tal sarta de impiedades, sintió un estremecimiento de horror al oír aquella interpretación monstruosa del sentimiento de la caridad. A este estremecimiento sucedió una viva irritación. Necesitó un gran esfuerzo de voluntad para no romper en insultos contra el blasfemo.

Demasiado se sabe que usted no se ha de casar con Valentina... Usted la quiere para pasar el rato por las noches con ella en el corredor y hacer sus escapaditas adentro, ¿verdad? Y después ¡ahí queda eso!... La verdad, yo quería mucho a esa niña... La voz del barbero volvió a temblar y la mano también. Pablito no pudo siquiera hacer otro tanto. Estaba petrificado.

De un salto salvó varios escalones y riéndose vino a : ¡Hola! ¡Buenos días, Marta! gritó. Luego, de improviso, se estremeció, me miró de los pies a la cabeza y se quedó como petrificado en medio de la escalera. ¡Yo no me llamo Marta, sino Olga! dije un poco humillada.

Justamente, al pensar esto, asomaba Gonzalo por la esquina de la misma calle. Acababa de llegar de Lancia en la diligencia, y se dirigía a casa. Al tropezar con el criado, le preguntó sorprendido: ¿Adonde vas, Ramón? El servidor acortado, temeroso, después de vacilar unas instantes, le respondió: A matar el perro. La estupefacción del joven fué tan grande, que pareció quedar petrificado.

Al llegar a ella quedó petrificado de terror ante la escena que apareció a su vista. Un hombre se revolcaba en medio de la habitación en un charco de sangre, mientras D. Miguel, de pie sobre la cama, agitaba triunfante una pistola gritando con sonrisa feroz: ¡Ya cayó uno! ¡Ya cayó uno! La mortecina luz de una bujía tirada en el suelo alumbraba aquella fatídica escena.