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Esta aserción le pareció tan extraordinaria, que permaneció algunos instante como petrificado. ¡Eso no es posible! exclamó y con tal convicción que no pude ahogar la risa. No sólo no me ama, sino que ama a otra; está enamorado de Blanca y ha pedido su mano. Le conté lo que había pasado en el Pavol pocos días antes; mis descubrimientos, mi ceguedad y las vacilaciones de Juno.

¡Cómo! ¿No traes faja? exclamó quedando inmóvil, petrificado. No, señor; no me ha hecho falta. Mañana te pondrás una mía de franela. A me da cinco vueltas. A ti supongo que te dará alguna más. ¡Me dará quince! pensó con desesperación Andrés, que sudaba ya copiosamente dentro de la zamarra.

Se hallaba retraído en tercera o cuarta fila, siguiendo con ojos de susto los cuidados que a la criatura se prodigaban. Y trató de irse con disimulo sin nueva despedida; pero Amalia le detuvo con alarde de audacia que le dejó petrificado. ¿Qué es eso, conde, no quiere usted dar un beso a mi pupila? ¡Yo!... , señora... no faltaba más.

Yo les escuché inmóvil, petrificado, reteniendo el aliento y con el pecho oprimido, pues sus palabras caían sobre mi corazón como gotas de agua helada. » Voy a ser feliz, Magdalena decía Amaury. Todos los días podré ver tu adorable cabeza encerrada en el marco que mejor le sienta: el claro cielo de Nápoles y Sorrento. » , Amaury contestaba Magdalena.

Marchaban en tal estado de agitación que los esposos se detuvieron sorprendidos y recelosos. ¡Vicenta! Las domésticas tuvieron el paso, y al verles, el miedo y el dolor se pintó en sus semblantes. ¡Ay, señoritos del alma! exclamaron casi a un tiempo las dos. ¿Qué ocurre? preguntó Mario petrificado de terror. ¿El niño?... ¿un coche?... gritó Carlota sacudiendo a la niñera por el brazo.

Presentado había ya su proposición a las Cortes, cuando fué llamado con gran urgencia por el Ministro de la Gobernación, su especial amigo. Acudió a la cita más que de prisa; encerróle S.E. en el camarín más oculto de su despacho; y después de pasarle la mano por el lomo y de regalarle una breva, ¿Cómo anda usted de fondos en Madrid? le preguntó en seco. Don Simón se quedó petrificado.

Por último, aquellas tinieblas en que se habían cruzado los resplandores de los primeros tiros, comenzaron a disiparse; vislumbramos las recortaduras de los cerros lejanos, de aquel suave, inmóvil oleaje de tierra, semejante a un mar de fango, petrificado en el apogeo de sus tempestades; principiamos a distinguir el ondular de la carretera, blanqueada por su propio polvo, y las masas negras del ejército, diseminado en columnas y en líneas; empezamos a ver la azulada masa de los olivares en el fondo y a mano derecha; a la izquierda las colinas que iban descendiendo hacia el río.

Entre los mil primores y monerías que la adornaban, veíanse ante el cubierto de cada caballero pequeños bouquets de violetas para el ojal del frac, puestos en diminutos vasitos de cristal, ligeros y diáfanos cual si fuesen de aire petrificado, y teniendo todos en el centro una pequeña flor de lis, lindísima maravilla natural, criada a fuerza de cuidados en las estufas de Currita.

Resuelto a echarlos de allí, va directamente hacia el grupo; pero de repente se detiene petrificado, con los brazos caídos... En medio del grupo, con los ojos terribles, avanza tambaleándose su hermano Juan. ¡Juan! exclama estupefacto.

Las tres figuras permanecieron algunos segundos formando un bello grupo. Calleja con el brazo alzado y el rostro encendido; su esposa, que era tan gigantesca como él, le sostenía el brazo; el pobre Gil, mudo y petrificado de espanto.