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Actualizado: 25 de julio de 2025


¡Cuánto calor, Pepa, cuánto calor! exclamó Castro. No lo sabe usted bien repuso la viuda con entonación maliciosa. Por desgracia. O por fortuna. ¿Está usted ya cansado de Clementina? Fuentes no se encontraba bien con aquel cuchicheo. Le dolía desperdiciar su ingenio en conversación particular, para una sola persona.

Llamo a un jardinero, le encargo un ramillete, y... ¡listo! De noche me quedaba en casa, conversando con la enferma o charlando con Angelina. Ella y tía Pepa hacían sus flores, y yo hojeaba un libro o leía para . ¡Lea usted en voz alta! solía decirme la doncella. Lea usted algo bonito.... ¿La vida del santo del día? ¡No! contestaba en tonillo suplicatorio, haciéndome un mohín de niña mimada.

La presentación, ante el juez, del chico de la Pepa, como hijo natural de don Aquiles, vino a entorpecer los trámites; y mientras unos querían probar la paternidad y los otros le declaraban, por lo menos, adulterino, con lo cual la reputación del muerto andaba en lenguas, tanta declaración, tanta prueba, tanto reponer de fojas, tal entra y sal de testigos y de curiales, aquello era un laberinto y nadie se entendía.

Tenía los ojos arrasados de lágrimas. Apenas podía hablar. Levantó el único brazo que tenía expedito, y me acariciaba con dulzura infantil. ¡Aquí, a mi lado! Siéntate aquí, mientras te ponen la cena. ¿Tendrás hambre, no es cierto? Se come muy mal por esos caminos. ¡Pepa, Pepa! Pon la vela aquí, cerca, para que vea yo bien al señor de la casa.

Para la calefacción, y además como objeto de adorno. Todos comprendieron ya la burla menos la linfática señora, que siguió preguntando con interés los pormenores del negocio. Los tertulios reían, hasta que Calderón, entre risueño y enojado, exclamó: ¡Pero mujer, no seas tan cándida! ¿No ves que es una guasa que se traen Pepa y Pinedo?

Después, extinguida su risa, que asombraba a Rafael, continuó más tranquilo: Pues esa señora extranjera, como dices, es de aquí, y ha nacido en la misma calle que . ¿No conoces a doña Pepa, la del médico, como la llaman; una señora pequeña que tiene un huerto junto al río y vive en una casa azul que se inunda siempre que sube el Júcar?

Cerca de la fuente, en las piedras, y en los troncos viejos, se daban algunos que parecían plumas, cintas de seda, tiras de raso. Concluída la obra, corríamos a oir el fallo de las señoras. Para la enferma eran mejores los míos; para tía Pepa los de Angelina eran los más bonitos.

La viuda anunció al cabo en voz alta que se iba. ¿Adonde va usted, Pepa, en este momento? le preguntó el banquero. A casa de Lhardy a encargar unas mortadelas. La acompaño a usted. Vamos; le convidaré a tomar unos pastelitos. Al duque le hizo mucha gracia el convite. ¿Vienes, chiquita? le dijo a su hija. Clementina aún pensaba quedarse un rato.

Al día siguiente vino Petrona a visitarme, y como es tan ingenua y tan pintoresco su lenguaje, exclamó, dándome un abrazo: «¡Ay, Marianela, muchas gracias por haber hecho girar a la Pepa!». Inés se ríe del dicho de Petrona, pero noto que al punto vuelve a quedarse ligeramente triste. Trato de animarla: ¿Y qué tal la conversación de los cipreses? ¿Muy interesante, eh?... Mucho.

Pepa, ¿en qué estás pensando? ¡Echa aceite á ese velónAl revivir de pronto la luz todo el mundo respiraba con fuerza, y alguna mujer que dormía despertaba lanzando un suspiro. Al llegar cierta hora, infaliblemente, subía D. Álvaro de la cocina, donde se había quedado charlando con los criados, también sobre la cosecha.

Palabra del Dia

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