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Actualizado: 25 de julio de 2025
Los criados se habían retirado ya. De pronto apareció Mauricio en el comedor, diciendo que alguien me buscaba. ¿A mí? pregunté sobresaltado. Sí, traen una carta.... ¿Quién la trae? No lo conozco. Me levanté precipitadamente en busca del desconocido. Me traía dos cartas: una de Linilla y otra de tía Pepa. Corrí a leerlas. ¿Qué pasa? preguntó don Carlos. ¿Algo de cuidado? Abrí el pliego.
Es que ella sabía que los muertos se levantan como ánimas en pena cuando no tienen una cruz sobre su tumba, y temía a las ánimas en pena casi tanto como al Chucro... Extrañando que se retardara tanto afuera, el Chucro salió del rancho a buscarla... La halló de rodillas colocando su cruz al comisario. ¡Era la primera vez que Pepa le desobedecía!
No, hombre, no: es que lo creo así. No entiendo cómo Clementina puede sufrir semejante narciso. ¡Chis, chis! ¡Prudencia, Pepa, prudencia! exclamó Castro con susto, levantando los ojos hacia su querida. ¿Sabe usted que disimula muy bien? No la he visto dirigirle a usted una sola mirada hasta ahora.
No tengo tanta imaginación como usted, pero alguna sí respondió el general un poco molestado por la risa que la frase de Pepa había producido. Esta Pepa era una mujer que gozaba fama de chistosa en sociedad, aunque realmente su gracia se confundía a menudo con la desvergüenza.
El guapo se mostró entonces exageradamente cariñoso y rendido, cubriéndola de flores y requiebros. La ruda y graciosa morena concluyó por decir sonriendo: ¡Calla, calla, Velázquez, que me empalaga la arropía! Pero á su espalda se había armado gran algazara. El señor Rafael, harto de cantar y tocar, se entretenía, como de costumbre, en embromar á su sobrino. Has hecho una buena boda, Pepa.
Visita a don Román, tu maestro; al doctor Sarmiento, que es tan bueno con nosotras; a don Basilio, que te quiere tanto; al señor Fernández.... No; a ese no, porque no te conoce. Es el dueño de la hacienda de Santa Clara. ¡Muy buena persona! Ya irás con Pepa. Ya verás: ¡tiene una hija como una plata! Aquí no le faltan pretendientes.... Ya la conocerás.... ¿Almorzaste bien?
Entre tanto, no cesaba de hablarme, y me hacía muchas preguntas sin esperar en cada una de ellas a recibir mi respuesta, por entero, a la anterior. Me preguntó, ante todo, por su pariente don Pedro Nolasco y por su hija Mari Pepa, de la misma edad que ella, amiga íntima desde la niñez, casi su hermana, porque como hermanas se querían... Pues ¿y Lita, Lituca?
Señalado el día por los novios, pedida la novia oficialmente por el señor Rafael y arreglados los papeles á toda prisa, se tomaron los dichos en la vicaría. Después de las correspondientes amonestaciones celebróse la boda, al entrar la noche, en casa de la novia. Fueron padrinos el señor Rafael y Mercedes la Cardenala, prima de Pepa. Asistieron á ella los parientes y amigos de ésta y la reunión de la tienda de Velázquez, por ser los más íntimos que el novio tenía. Manolo Uceda se excusó por verse obligado á dormir aquella noche en la Isla; en realidad, por no encontrarse con Antonio y Soledad.
La faz de Ramoncito se nubló al aproximarse su rival. Este no dejó de notarlo y le dirigió una mirada burlona. Vamos, Ramoncillo, dí; ¿cómo te arreglas para tener tan animadas a las damas? Me acaba de decir Pepa que vas echando ingenio. No, hombre; ¿cómo voy a echarlo si lo tienes tú todo? profirió con irritación el concejal. Vaya, chico, si es que te azaras porque yo me acerco, me voy.
Era domingo, y me estuve en casa todo el día. El P. Herrera se fué a comer con su grande y buen amigo el P. Solís; tía Pepa no se apartó de la enferma en toda la tarde, y Angelina y yo nos la pasamos en el jardincillo, sentados al pie de los naranjos.
Palabra del Dia
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