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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Ciego y pobre, te arreglas tú mismo tu ropita; enhebras una aguja con la lengua más pronto que yo con mis dedos; coses a la perfección; eres tu sastre, tu zapatero, tu lavandera... Y después de pedir en la parroquia por la mañana, y por las tardes en la calle, te sobra tiempo para ir un ratito al café... Eres de lo que no hay; y si en el mundo hubiera justicia y las cosas estuvieran dispuestas con razón, debieran darte un premio... Bueno, hijo: pues lo que es esta tarde no te dejo trabajar, porque tienes que hacerme un servicio... Para las ocasiones son los amigos.
Al fin, es joven, es rico y los señoritos no tienen otro obligación que divertirse. Mardito seas tú, tú solo, que estrujas a los pobres y los arreas como si juesen negros y arreglas las mositas a los amos, pa ocultar mejó tus latrocinios. Na quiero tuyo: toma los sinco duros que me diste; tómalos, ladrón: ahí van, arcagüete.
Acaso no es más que un vicio de su mente, contraído hace largo tiempo y que se manifiesta mecánicamente. No quise hacerle ver que me había entristecido y traté de responderle con buen humor. La prueba de que Dios existe es que tú eres bueno... ¿Eso crees? ¿Es eso una prueba?... ¿Cómo te arreglas para verlo así? Eres bueno y Dios me ha dado un padre como tú. ¡Ah!
Sabés bien que mientras tu cuenta no esté pagada, debés quedar. Abajo... podés morirte. Curate aquí, y arreglás tu cuenta en seguida. ¿Curarse de una fiebre perniciosa, allí donde se la adquirió? No, por cierto; pero el mensú que se va puede no volver, y el mayordomo prefería hombre muerto a deudor lejano.
Negó y lloró tan sólo, argumento que el realista tomó como la última expresión de la hipocresía y el engaño. Prepárate, Clara, á salir de aquí. No mereces los sacrificios que he hecho por ti. A ver si ahora compras florecitas y arreglas cintajos para coquetear en la ventana. Vas á vivir de aquí en adelante en compañía de unas personas cuya protección no mereces tampoco.
El grande hombre inédito se despabiló al oír que en el despacho le aguardaba su padrastro, el señor José, mostrando gran agitación. ¿Qué le quería el bueno del albañil? Cuando salió, el señor José, casi llorando, le agarró las manos. ¡Qué desgracia, Isidro! ¡Qué vergüenza!... Si tú no arreglas eso, voy a morir. El joven lo hizo sentar, tranquilizándolo. ¿Qué era ello?
La faz de Ramoncito se nubló al aproximarse su rival. Este no dejó de notarlo y le dirigió una mirada burlona. Vamos, Ramoncillo, dí; ¿cómo te arreglas para tener tan animadas a las damas? Me acaba de decir Pepa que vas echando ingenio. No, hombre; ¿cómo voy a echarlo si lo tienes tú todo? profirió con irritación el concejal. Vaya, chico, si es que te azaras porque yo me acerco, me voy.
Palabra del Dia
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