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Actualizado: 25 de julio de 2025


Cuando me levanté y me incliné para darle un beso en la frente, vi que por las pálidas mejillas de la enferma rodaban dos lágrimas, dos lágrimas de esas que en el rostro de un cadáver parecen gotas de rocío en el seno de una rosa blanca. Salí del aposento con el corazón hecho pedazos. Tía Pepa me seguía silenciosa y cabizbaja.... Por fin habló: ¿Qué dices de eso?

Y por si este arrastre oportunísimo de las notas no lo decía con toda claridad, corrobóralo un alzar de pupilas y meterlas en el cogote, dejando descubierto sólo el blanco de los ojos, cuando llegaba al punto álgido o patético de la melodía, que realmente era para impresionar a cualquier belleza por áspera que fuese. La maliciosa insinuación de Pepa Frías tenía fundamento.

La soberbia se sobreponía en aquel instante a todo sentimiento afectuoso en el corazón de Clementina. Pronunció aquel bastante en un tono que daba frío. Las dos amigas, al cabo de unos minutos, se entendían perfectamente. Pepa, afectando siempre desenfado, adulaba de todos los modos posibles a su amiga, como hermosa, como rica, como elegante.

Andando lentamente por el borde del camino y huyendo del polvo como de un peligro mortal, llegó una gran visita: don Joaquín y doña Pepa, el maestro y su «señora». Aquella tarde, con motivo del «infausto suceso» palabras de él , no había escuela.

Cualquiera que nos viese juntos a los tres, habría creído que éramos dos hermanos, y que la anciana era nuestra madre. El desayuno duraba frecuentemente una hora. Tía Pepa charlaba a su sabor. Yo y Angelina no sentíamos correr el tiempo.

Tía Pepa, siempre tan parladora, enmudeció como los pajarillos del corredor, silenciosos y tristes a la sazón por el cambio de pluma; la enferma nos parecía más abatida que de ordinario, y Angelina salía y entraba, arreglando los equipajes, mustia y cabizbaja. No cómo pude trabajar durante ese tiempo. Para colmo de males tuvimos quehacer de sobra en el despacho.

Doña Pepa dijo á su mujer , llévese usted al señor de Borrull, que está indispuesto, y límpielo detrás de la escuela.

A primera vista todo parecía desoladamente desierto; ni se oía ladrar un perro... Mas, fijándose mejor, vio Peñálvez que al borde del arroyo, pescaba una sucia y desgreñada mujer... A pesar de su aspecto salvaje, él la reconoció. Era Pepa la Gallega, la antigua cocinera de don Lucas, la desaparecida hacía unos ocho o diez meses...

De todos los robos del Chucro ninguno consternó más que el de Pepa la Gallega. Su marido y sus hijos ayudados por los gendarmes, buscáronla sin descanso, hasta en las islas más próximas a la costa. No se la halló ni viva ni muerta, y diósela por muerta.

Todos los jóvenes de tu edad se perecen por ir allá; decía tía Pepa sólo , como un viejo chocho, te estás entre las cuatro paredes. Allí estaba yo bien, cerca de Angelina. No me cansaba de mirarla: cada palabra suya era para un poema. Era yo muy dichoso. ¡Qué mayor ventura que no separarme de su lado!

Palabra del Dia

buque

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