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Actualizado: 25 de junio de 2025


A las amarguras de la pobreza se juntaron en mi pobre tía otras mayores: las que le causaba ver que su hermana trabajaba del día a la noche, sin que ella la pudiese ayudar. Tía Pepa hacía flores, cosía, y daba lecciones de lectura y de catecismo a una veintena de niños. No pudieron conseguir que la pensión fuese pagada.

Tengo buenas noticias para ti.... Vamos, siéntate, charlaremos un rato. ¿Cómo están por allá? Pasando, ¿no es eso? Mal vamos, hijo; doña Carmen anda mal, muy mal; la ida de esa chiquilla nos va a dar un disgusto. Ya lo sabes: alegría, distracción.... ¿Alegría? , alegría!... En mi casa no puede haber eso.... Pues mira lo que haces. Dile a tu tía Pepa que procure distraer a su hermana.

Volvió al despacho, para seguir buscando, y en la puerta tropezó con la Pepa, enlutada, llevando al chico de la mano. No, no busque usted dijo ella, si no ha querido hacerlo.

Tía Pepa observaba en mi rostro el efecto que me causaba aquella conversación. Angelina me vió, como diciéndome con los ojos: Y ¿qué dices? Cayóme en gracia el viejecito. Fino, afable, cortés, jovial, sin llanezas ni bromas de mal gusto, de fácil palabra y amena conversación, el P. Herrera, a pesar de sus años, parecía un mozo por la frescura de sentimientos.

Y acá hace nuevamente su aparición el condenado hijo de la Pepa; ¡ay de la carta que caía en sus manos!

Ya puede ver si me perdona, siquiera por no ser mía toda la culpa. Con esta evasiva de la muy taimada y con entrar Mari Pepa, se acabó la conversación. Pero no tenía duda para que era Neluco el móvil, el tipo y el regulador de todas las ambiciones de la nieta de don Pedro Nolasco. Entre tanto no se descuidaban un momento los preparativos para el funeral.

Doña Marcela me miró al fin con mal disimulada complacencia; yo le hablé, valiéndome de la tía Pepa que desde niño me conoce, y, al fin logré, que en una de estas últimas noches, que fue de las más calurosas del verano, doña Marcela saliese a la ventana a tomar el fresco. »Me hice como por casualidad el encontradizo y me puse a hablar con ella. No vayas a creer que es ninguna palurda.

El Chucro preguntó entonces a la Pepa: ¿Está ya el asado? La Pepa repuso: Todavía no. Dentro de un momento estará... Al oír esta respuesta, el Chucro intimó a Peñálvez: Apúrate, así te entierro antes de que esté el asado. Y Peñálvez se apuró... El Chucro le añadió en seguida, riéndose sonoramente por primera vez: Como sos flaco, basta una zanja larga...

Y miraba a la joven con ansiedad, porque aquella cruel pregunta se le había escapado, por así decirlo, a su pesar, y comprendía todo lo que semejante suposición debía tener de espantoso para ella. Moriría como Pepa respondió la niña sonriendo con una admirable expresión de amor y de resignación ; como ella, moriría por mi amante. No es la primera vez que se me ocurre.

Gracias, Pinedito, gracias respondió el joven algo amoscado .Pues ya que he llegado a esa categoría, te ruego que no seas tan guasón. ¡Hombre, tampoco está mal eso! exclamó Pepa Frías con asombro . Ramoncito, va usted echando ingenio. El joven concejal fué a sentarse entre la niña de la casa y la menor de Alcudia, que se apartaron de mala gana para dejarle introducir su silla.

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