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A pesar de las advertencias de sus amigos y compañeros, no podía vencer aquella pasión del juego, que tarde o temprano había de conducirle a la ruina. Pepa le observaba disimuladamente, y con la penetración maravillosa de las mujeres adivinaba debajo de su exterior frío, tranquilo, mucha mar de fondo.

Bien me parecían todas estas cosas, siquiera por el lado pintoresco que tenían y el fondo patriarcal y sencillote en que destacaban; pero me parecían mucho mejor los ratos que pasaba en la intimidad de Mari Pepa y de Lituca, y principalmente en la de Lituca sola, porque de todo había y para todo daban aquellas largas horas invernizas.

Tus hijos están bien todos, Pepa... Sólo Perico, el chiquitín, ha tenido últimamente escarlatina o sarampión... ¡El pobrecito está muy débil y no tiene quien lo cuide!... La que está hecha una señorita es tu hija mayor, la Pepeta.

Chisco y Pito Salces ayudaban a desmontar a los que no traían espolique, que eran los más, y se apoderaban de sus caballos; Neluco y don Pedro Nolasco les salían al encuentro en la escalera y me los presentaban a después a la puerta de la salona, desde donde los conducía a mi gabinete, que había vuelto a ser, por aquel día, estrado o sala de honor, y en cuya mesa de centro había un agasajo de vinos generosos y bizcochos de soletilla, con el cual los brindaba tan pronto como concluían las salutaciones y cortesías de rúbrica, sin perjuicio de que llegaran luego Mari Pepa o su hija, muy vestidas y aderezadas ya de día de fiesta, aunque luctuosa, a ofrecerles algo de mayor sustancia, por si estaban en ayunas, como leche, caldo o chocolate... o magras de jamón con huevos estrellados; pero todos optaban por la copeja de vino con bizcochos, «reservándose para después...». «Después» era la comida del mediodía, terminados los funerales.

La pobre doña Pepa, vendido ya todo lo de su hermano y gran parte de lo suyo, sólo a costa de penosos ahorros podía enviarle cantidades insignificantes.

Doña Pepa, apremiada por las cartas de su hermano, vendía campo tras campo; pero aun así en muchas ocasiones se retrasaba el envío de dinero, y en vez de comer en la trattoría, cerca de la Scala, entre alumnas de baile y artistas de reciente contrata, se quedaban en casa, y Leonora, olvidando sus partituras, cocinaba valerosamente, aprendiendo las misteriosas recetas de la vieja bailarina.

Cuando Stein llegó al convento, toda la familia estaba reunida, tomando el sol en el patio. Dolores, sentada en una silla, remendaba una camisa de su marido. Sus dos niñas, Pepa y Paca, jugaban cerca de la madre. Eran dos lindas criaturas, de seis y ocho años de edad.

Y su aspecto era tan torvo y sombrío, que Peñálvez no se atrevía a hablarle... Al rato volvió Pepa, jadeante, arrastrando el cadáver. Arrojolo sumisa a los pies del Chucro, dicióndole en un tono de ternura ilimitada: Aquí está. El Chucro le repuso: Dejalo ahí. Se levantó, sacó el facón y se dirigió a Peñálvez.

¿No será mejor que procures desembarazarte de ellos? Huerta está en el Ministerio. Mira a ver si le mandas de gobernador a cualquier parte.... ¡Pues es verdad! Ahora mismo voy a hablar a Arbós.... ¡Pero lo que es a mi señor yerno no le perdono!... Esta noche me las ha de pagar, o no me llamo Pepa.

Vamos, les pasa a ustedes lo que a mi hija y su marido.... dijo la de Frías. ¡No tanto! ¡no tanto, Pepa! interrumpió Ramírez afectando susto. ¡Pero qué sinvergüenza es usted, hombre! exclamó aquélla tratando de contener la risa, que no cuadraba a su mal humor característico . Se parecen ustedes en que siempre están regañando y haciendo las paces.