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, una locura, y por mil razones. La primera, la principal, y que vale por todas, es ésta: porque soy pobre. La doncella suspiró como si quedase libre de un gran peso. Algún día, acaso no muy lejano, sabrá usted, Angelina, a quien amo yo. Díjele esto fijos mis ojos en los suyos. Ella me dirigió una mirada profunda, intensa, llena de infinita ternura, dulcemente alegre. Tía Pepa despertó.

Esto hacía decir á algunos enemigos de don Joaquín que el maestro era aficionado á castigar á sus discípulos mermándoles la ración, para subsanar de este modo las deficiencias de la cocina de doña Pepa.

Tardó poco la mozuela, que no se llamaba Amarilis, ni Mirtale sino Pepa, en traer un tarro de miel, un queso, pan moreno de la tierra y vino de Castilla. La miel era de las colmenas que cerca de la casa poseía D. César.

Una mariposa nocturna pasó rozándome la frente. Encendí la bujía y cerré la vidriera. Allí estaba mi lecho de niño: la camita de hierro con sus blancas colgaduras, y por la cual había yo suspirado tantas veces en el frío y desolado dormitorio del colegio. Allí estaba el aguamanil provisto de todo, con su toalla tejida por la tía Pepa.

Tu marido, creyéndose viudo, podría casarse con Juana, la hija del capataz, por ejemplo... Si vuelves impedirás ese casamiento, porque él te ha querido mucho, mucho... Pepa oía como quien oye la lluvia... Juana, la hija del capataz, te ha sustituido en la cocina de don Lucas.

Sonaban en aquel momento las doce en el viejo reloj de la sala, y tía Pepa, que andaba en las piezas interiores, se presentó en la habitación. ¿Acabaste ya? ¡Ya! Vea usted.... Mañana, hijita. Es preciso madrugar. ¿No dices que quieres ir a las misas de aguinaldo? ¡Yo también, yo también quiero ir! ¡Ni quien se acordara de eso!

Todos te recibirán con los brazos abiertos, Pepa, si quieres volver... Se sabe que el Chucro te robó contra tu voluntad... ¡Nadie te diría una palabra! Pepa, siempre lo mismo...

Ni en la cama, ni en el sillón estaba a gusto; era preciso traerla y llevarla de aquí para allá. A cada instante se quejaba, diciendo: ¡Esta convulsión interior que me mata! A poco despertó, y quiso levantarse y caminar por la habitación, apoyada en Angelina y en mi tía Pepa. Iba y venía, pero sin fuerza, casi arrastrando los píes.

La mimaba; todos sus deseos eran mandatos para Angelina, y sufría resignada desagrados y reprensiones, el mal humor caprichoso de los enfermos, que de nada están contentos, y que se impacientan sin motivo. Esta niña me conversaba tía Pepa es un ángel; creo que por eso le pusieron Angelina.

Lo merece, hijo, lo merece. Ya tendrá novio, ¿verdad, tía Pepa? O, por lo menos, sus amartelados.... ¿Qué? ¿qué dices? Que ya tendrá novio.... ¿Novio Angelina? ¡Por Dios, Rorró! ¡Qué otro vienes! Y en tono dulce y suplicante agregó: ¡Ay!, ¡Rorró! ¡No hagas malos juicios de las personas!... En aquellos momentos llegó la joven.