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La mesa estaba lista, y la tía aguardándome. Andrés, a quien diariamente mandaban desayuno y comida a su «changarro» del Barrio Alto, solía almorzar con nosotros. Me place recordar aquellos desayunos. ¡Qué de veces, en el comedor de fastuoso banquero, he pensado, con triste alegría, en aquellas horas dichosas! Tía Pepa en un extremo; yo a su derecha, y enfrente de Angelina.

¡Ah! ¡Ya pareció aquello! Vamos, tienes algunos ochavos en poder de Osorio y temes perderlos, ¿verdad? dijo Clementina con sonrisa sarcástica, reprimiendo su cólera con trabajo. Pepa se puso pálida. Una ola de ira le subió también del corazón a los labios.

Sólo en los días de banquete o recepción, o cuando casualmente le tropezaba en las casas o en la calle departía un rato con él. Después de preguntarle por su marido y por sus hijos, el duque se puso a hablar, sin sentarse, con Calderón y Pepa Frías. Un hombre rudo y campechanote en la apariencia: sonreía pocas veces: cuando lo hacía era de modo tan leve que aún podía dudarse de ello.

Ha cumplido los quince años y se ha puesto vestido largo... Don Lucas teme que se case pronto con Roque Torres, el compadrito aquel que echaste con cajas destempladas, como que ahora no estás para echarlo... Y Pepa, silbaba, como si nada se le dijera...

¡Qué par de bebés, eh! exclamó Pepa en voz alta dirigiéndose a Mariana . ¿No es vergüenza que esos mocosos estén casados? ¡Cuánto mejor sería que estuviesen jugando al trompo! Los chicos sonrieron mirándose con amor. Ya jugarán ... en los momentos de ocio manifestó Cobo Ramírez con retintín. ¡Hombre, ca! exclamó Pepa, volviéndose furiosa hacia él . ¿Le han dado a usted cuenta ellos de sus juegos?

Las extremidades inferiores eran más débiles cada día, la pobre temía caerse, y su angustia aumentaba al considerar que sus enfermeras no podrían sostenerla. Acudí a relevar a mi tía, esperando que la anciana segura de mi vigor, se mostrara más decidida y animosa, pero todo fué inútil. no sabes llevarme. , tía. No, déjame.... Voy mejor con Pepa. Insistí, rogué, supliqué.... ¡En vano!

Tendrían más dinero, es cierto, pero se quedarían solas, como abandonadas, sin más amigos que un viejo servidor trabajado y achacoso; un médico tan pobre como ellas, y un dómine que se moría de tristeza y... ¡de hambre! Al irse Angelina fué preciso buscar una criada que viniera en auxilio de mi tía Pepa y de señora Juana. Pero, ¿con qué pagarle sus servicios?

La enferma estaba ya en el lecho, y la anciana y la joven trabajaban hasta media noche. ¿Qué te pasa? solía decirme tía Pepa. ¿Qué tienes que así estás como pajarillo en muda? Nada tía. Este libro que me tiene interesado y lleno de curiosidad. Angelina conversaba de cosas indiferentes, pero a cada instante clavaba en una mirada llena de ternura.

El general y Castro ocuparon el sitio de las damas. Estas se fueron al salón grande: mas antes de llegar a él, dijo Pepa: Mira, tengo que hablarte de un asunto importante. Vamos a otro sitio. Clementina la miró con sorpresa. ¿Quieres que vayamos al comedor? No; mejor es que subamos a tu cuarto.

Tía Carmen arrimó la mesita, en la cual, en un candelero de latón, ardía con luz rojiza una vela de sebo. Como no me viese a su gusto, insistió impaciente: Obedeciéronla. Me senté a su lado. Andrés y tía Pepa permanecían de pie delante de nosotros. Desde la puerta, que daba paso a las habitaciones interiores, la joven nos veía.