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Actualizado: 22 de julio de 2025
Antero pensaba que su tío era una buena persona, un militar valiente, pero algo «arrimado á la cola». D. Félix consideraba á su sobrino, á pesar de los triunfos académicos que ostentaba, como un joven superficial, uno de tantos abogados charlatanes como producía la universidad de Oviedo. ¡Qué diferencia entre estos mocosos que hablaban de todo con impertinente suficiencia y aquellos varones antiguos como su primo César, tan reposados, tan profundos, tan macizos!
Las otras chiquillas cogieron a los mocosos, como habrían cogido una muñeca, y poniéndoselos al cuadril, volaron por aquellos corredores. «Vamos dijo Guillermina a su guía , no las riñas tanto, que también tú eres buena...». ii Avanzaron por el corredor, y a cada paso un estorbo.
Daba mucha importancia a la consecuencia en los actos humanos, y tenía por deshonra el soltar de improviso la casaca e insignias de perdulario. ¿Qué diría la gente, qué los amigos, qué los mocosos, más jóvenes que él, que le tomaban por modelo?
Uno de los mocosos arrastraba su panza por el suelo, abierto de las cuatro patas; el otro cogía puñados de arena y se lavaba la cara con ella, acción muy lógica, puesto que la arena representaba el agua. «Vamos, hijos, quitaos de en medio les dijo Guillermina a punto que la zancuda destruía con el pie el lavadero, gritando : Sinvergüenzonas, ¿no tenéis otro sitio donde jugar? ¡Vaya con la canalla esta...!». y echó adelante resuelta a destruir cualquier obstáculo que se pusiera al paso.
¡Qué par de bebés, eh! exclamó Pepa en voz alta dirigiéndose a Mariana . ¿No es vergüenza que esos mocosos estén casados? ¡Cuánto mejor sería que estuviesen jugando al trompo! Los chicos sonrieron mirándose con amor. Ya jugarán ... en los momentos de ocio manifestó Cobo Ramírez con retintín. ¡Hombre, ca! exclamó Pepa, volviéndose furiosa hacia él . ¿Le han dado a usted cuenta ellos de sus juegos?
En el mismo documento hacía constar que confiaba ambos mocosos al cuidado de un antiguo criado y deudo suyo, retirado de la Guardia civil, el cual vivía... ¿sabe usted dónde? ¿Yo qué he de saber?» replicó Isidora con desvío y detestable humor. Muñoz y Nones se levantó. Dirigiéndose a la reja, y mirando hacia la calle, señaló una casa de la acera de enfrente hacia la plazuela de las Comendadoras.
Los mocosos ya no se conforman con ser aprendices y quieren pasar a amos; y... ¿qué más? Antonio se avergüenza de ser comerciante, y va por las tardes a la Alameda en un cochecillo ridículo, guiando como si fuese un cochero. Antes soñaba con que su hijo fuese abogado, y ahora mira impasible cómo abandona los estudios y se entera con gusto de sus progresos en la equitación.
Se lo decía ella a don Álvaro: Mira, chico, eso es hacer la tonta, la literata, la mujer superior, la platónica.... Que yo me escame y no deje acercarse a esos mocosos que luego se van dando pisto al Casino con sus demasías, no tiene nada de particular, porque... en fin, yo me entiendo; pero ella no tiene motivo para desconfiar, porque ni Paco ni Joaquín se van a atrever a tocarle el pelo de la ropa.... Todo eso es romanticismo, pero a mí no me la da; por aquello de «pulvisés».
Somos hijos del pueblo; en el seno del noble pueblo nacimos; manos callosas mecieron nuestras cunas de mimbre; crecimos sin cuidados, mocosos, descalzos; y por mi parte sé decir que no me avergüenzo de haber dormido la siesta en un surco húmedo, junto a la panza de un cerdo.
Se le iban los ojos tras de la infancia en cualquier forma que se le presentara, ya fuesen los niños ricos, vestidos de marineros y conducidos por la institutriz inglesa, ya los mocosos pobres, envueltos en bayeta amarilla, sucios, con caspa en la cabeza y en la mano un pedazo de pan lamido.
Palabra del Dia
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