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Actualizado: 25 de junio de 2025
Mi entrada en el despacho de Castro Pérez fué para mi tía Pepa el colmo de la dicha, no sólo porque allí ganaría algunos duros su pobre sobrino, sino porque creía, en su candorosa sencillez, que dados el crédito y la buena posición del abogado, éste aseguraría mi porvenir.
Esto no es de mi obligación, pero como la niña no quiere hacer este quehacer, aquí me tiene usted.... Por la noche, en torno de la mesa, mientras mi tía Pepa y Angelina hacían aquellas hermosas flores que han dejado perdurable fama en Villaverde, me instalaba yo, triste y contrariado, en un sillón, cerca de ellas, y sin decir palabra me engolfaba en la lectura de un libro ameno.
¿Usted, Pepa?-preguntó el mancebo queriendo demostrar desembarazo, pero inquieto en realidad, porque la de Frías era con razón temida. Yo, sí. Vamos a cuentas, Ramoncito, ¿qué se propone usted echando sobre sí tanto perfume? ¿Es que pretende usted seducirnos a todas por el órgano del olfato? Por cualquier órgano me agradaría seducir a usted, Pepa. La tertulia celebró la respuesta.
Rorró: exclamó tía Pepilla dile a tu madrina lo que te recomendó el doctor. Sí, tía; ejercicio, mucho ejercicio; siquiera una vuelta por la sala todos los días; ¡una vuelta, una sola, madrina! Eso de estar así, sentada, todo el día sentada, ¡no puede ser bueno!... ¡Pero... si... no puedo! murmuró. Un esfuerzo.... Tía Pepa me hizo una seña para que viera yo los pies de la enferma.
El notario y su esposa hablaban de doña Pepa como de una persona familiar, pero el niño nunca la había visto en su casa. Doña Cristina elogiaba sus cuidados con el poeta, pero desde lejos y sin deseos de conocerla. Don Esteban excusaba al grande hombre. ¡Qué quieres!... Es un artista, y los artistas no pueden vivir como Dios manda.
Acaso tengas que tratar con los mozos.... Te encargo mucha prudencia, mucha seriedad.... Vamos, dame otro abrazo, y ¡que Dios te lleve con bien! La pobre anciana tenía los ojos arrasados en lágrimas, y hacía grandes esfuerzos para aparentar calma y serenidad. Tía Pepa nos miraba y sonreía tristemente. Abracé a la enferma, le dí un beso en la frente, y salí de la estancia.
El otro día se lo dije a Pepa: ¡para Rodolfo, solamente Gabrielita! No temas, no temas; yo sé lo que te digo. Ya sabes que para esas cosas tengo yo buenos ojos.
¡A comer, papá! ¡Vamos, que sólo tiene usted en el estómago una taza de té! Vamos, «muñeca», vamos; contestó lentamente, levantándose del sillón dame tu brazo.... Ya tu papá está muy cascado.... ¡Ha trabajado mucho!... Los años no pasan así, como quiera, sin estropear a uno.... Entre tía Pepa y yo llevamos a la enferma a su cuarto. No quiso ir al comedor.
De ambos se había apoderado un suave enternecimiento; de Pepa por haber hallado a su yerno tan dócil; éste por ver a su suegra tan cariñosa y transigente, creyendo encontrarla hecha una furia. Animado con su éxito, acariciado por aquella dulce confianza que repentinamente se estableció entre ellos, no cesaba de piropearla.
Veremos respondió alejándose. Castro sintió aquella sonrisa como un golpe en medio del pecho. Se mordió el labio inferior y murmuró: ¿Coqueteamos, eh? ¡Ya me la pagarás, hermosa! En el salón había ya algunas personas, entre ellas Ramón Maldonado y la hija de Pepa Frías con su marido. En otro saloncito contiguo estaban preparadas hasta seis mesas de tresillo.
Palabra del Dia
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